jueves, 25 de noviembre de 2010

Regresar a casa.

No podía cerrar los ojos de puro pánico, además no iba a quedarme inconsciente por el momento y no tenía fuerzas para defenderme, ya que el dolor y el mareo me habían debilitado. Estaban a tan solo cuatro o cinco metros. Rodey tenía más suerte. Me iban comer vivo y tendría que soportarlo despierto.
       Intenté gritar, pero lo único que produje fue una especie de aullido. El dolor  y la angustia eran insoportables. A cada paso que daban se acercaban un poco más... hasta que de repente algo impactó en la cabeza de uno de los zombies, con tanta fuerza que lo derribó al suelo. Miré hacia el hueco que se formaba ahora entre nuestros atacantes y vi la a ella. La mujer de pelo cobrizo, Mónica, a al cual yo no había auxiliado, ahora, silla en mano, nos salvaba a Rodey y a mi. Ni la había visto acercarse. Mónica tenía entre las manos una de las sillas de hierro del comedor. En su cara también había miedo, pero parece que ella era mejor persona y más valiente que yo: no iba a dejarnos morir allí y de aquella manera. Con la silla golpeó a izquierda y derecha, derribando aquellos muertos andantes. Dejó caer la silla, corrió hacia nosotros y me ayudó a levantarme. Sacando fuerzas de la flaqueza desenfundé nuevamente el revolver y le hice un gesto con la cabeza para que recogiese a Rodey y me dejara a mi. Al menos yo podía andar y el miedo estaba dejando paso a la ira. Apunté a la cabeza del más próximo. Incluso en aquella situación mi problema para hablar con los demás me daba la suficiente perspectiva  para darme cuenta de que solo dos de aquellos monstruos no habían vuelto a levantarse tras ser heridos: aquel al que había disparado momentos antes a la cabeza por estar sujetando  a Rodey por la espalda y aquel que yacía a mis pies a escasos metros, que tenía la cabeza abierta a causa del golpe con la silla propinado por Mónica. Estaba muy enfadado y dolorido, mi rabia me nubló la razón. Disparé los tres tiros que me quedaban en el arma,a la cabeza, matando en el proceso a tres zombies, pero seguían quedando varios más andando sin detenerse hacia nosotros. Mónica tenia cogido a Rodey para ayudarlo a caminar, yo apenas podía andar y había gastado todas las balas. El sonido de los tiros atraería más... Apoyé mi mano en el hombro de Rodey, que había recuperado un poco la consciencia, al menos podía caminar y no tendríamos que llevarlo  a cuestas. Empecé a caminar junto con Mónica hacia nuestro coche que estaba en medio del parkig. Los zombies no agarraron mi brazo de puro milagro, pero aún con lo lento que andábamos eramos más rápidos que ellos. El corto trayecto hasta el coche se me hizo eterno, pero conseguimos llegar sin que ninguna de ellos nos cogiese. Colocamos a Rodey en la parte trasera del coche y yo me senté de co-piloto, no tenía fuerzas para conducir. Le di las llaves a Mónica, arrancó y eso fue lo ultimo que recuerdo antes de caer en la insconciencia y la negrura me tragase.


       Abrí los ojos sobresaltado. Había tenido una pesadilla terrible. Pero ahora al mirar a mi alrededor vería el cuarto del motel seguiría mi viaje y pasaría un estupendo verano toda aquella mierda pasaría a la historia. Pero al mirar a mi alrededor lo único que vi fue oscuridad. Busqué el interruptor de la luz... ¿pero donde demonios estaba tumbado? Aquello parecía una manta, pero debajo lo único que había era frío suelo. Mi cabeza estaba apoyada en una almohada que olía, extrañamente a mi... Intenté palpar mi entorno. Toqué algo que parecía ser mi mochila. Seguí palpando y agarré... una pierna humana. La respiración se me cortó. La solté rápidamente y me incorporé. Al ponerme de pie sobre la "cama" me di cuenta de que el sitio en el que estaba era un espacio grande, con una ventanas enormes muy altas, que desde el suelo no veía. La luz de la luna entraba por ellas dejandome claro que era muy entrada la noche. Me quedé totalmente quieto. Mis pupilas se acostumbraron a la oscuridad y vi donde me encontraba. Mi afición a los deportes se inició justamente aquí, en el pabellón de los deportes de Hammond, mi ciudad natal. En las pistas donde más de un centenar de personas dormían a mi alrededor, tumbadas sobre colchones, mantas, sacos de dormir, etc... yo pasaba horas jugando a baloncesto con Rodey, al tenis, al soccer,... en mi época de instituto. Este edificio era el recomendado en caso de emergencias, tales como un terremoto o un tornado, junto con los otros pabellones repartidos por la ciudad. En una ocasión la casa de un compañero de clase en el instituto se incendió y hubo de dormir dos noches aquí con su familia. Volví a tumbarme en el suelo. Me acurruqué en posición fetal y comencé a llorar como un crío. Cuando ya no me quedaron lágrimas ni fuerzas me quedé dormido. Amaneció y con ello comenzó la actividad en aquel lugar. Pude ver lo que la oscuridad de la noche no me había dejado: todas las pistas estaban ocupadas como dormitorio comúnRodey con una amplia sonrisa. No pude menos que reírme y abrazarlo.
- Joder tío, estamos vivos después de todo ¿eh? - me dijo sin dejar de abrazarme. Nos separamos y lo miré, le hice una señal para subir a las gradas, donde podría hablar sin problemas. Precisamente estas habían sido lo que en un principio habían evitado que viese los ventanales. Las gradas estaban en una posición superior, rodeando las pistas y desde el suelo no podía ver la parte alta de las paredes del recinto, donde se hallaban las vidrieras. Subimos las escaleras no sin tener que esquivar a muchas caras largas y de tristeza que nos rodaban. Se notaba en el ambiente la pesadumbre. Me moría de impaciencia por preguntárselo, así que en cuanto estuvimos en las escaleras de acceso al graderío se lo dije:
- ¿Esto es Hammond verdad?
- Sí, esa chica, Mónica, condujo hasta aquí porque se lo indiqué. Dijo que también venía hacia Hammond, así que nos trajo hasta la casa de tus padres. Entonces...
- ¿Donde están mis padres? - interrumpí a mi amigo. Rodey se quedó con la palabra en al boca. Dejó de andar y me miró con gesto de preocupación.
              [Continuará]
          

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