lunes, 12 de diciembre de 2011

Me quedé mirándolo impresionado. De sopetón se puso de pie y se quedó de espaldas a mí con la cabeza inclinada hacia delante, como mirando al suelo. En su nuca se observaba un curioso agujero en la piel, que se notaba que era bastante profundo. Quise llamarle la atención pero como no podía le di dos toques al marco de la puerta para que mirase.
Él se dio la vuelta enfocó su mirada hacia mí.

Su cara estaba completamente caída, con las mejillas permitiendo que la boca se quedara abierta, y los ojos en blanco. Lentamente sus iris aparecieron, subiendo desde lo profundo de la cuenca de sus ojos, como un amanecer macabro. Dejó la mirada fija en mí y comenzó a caminar a pasos rápidos hacia mí. No recuerdo exactamente si grité o no, pero retrocedí muerto de miedo (¡donde estaba mi arma!) hasta el cuarto de baño. Cerré de golpe la puerta y eché el cerrojo de golpe. No sé exactamente cómo ni con qué pero me hice un corte en el dedo índice. A los pocos la puerta empezó a ser aporreada por el chico, desde el otro lado.
Un golpe.
Dos golpes.
Tres golpes.
Silencio.
Retrocedí unos pasos y me senté en el borde de la bañera.
De golpe, las fuerzas me flaquearon, supongo que debido a la acumulación de tensión y perdí completamente el equilibrio. Resbalé hacia atrás y me golpee la cabeza con la pared, quedándome unos segundos aturdido por el golpe y tumbado a lo ancho de la bañera. El ruido provocó que aquella cosa salida del infierno comenzara a golpear de nuevo la puerta varias veces más. Cuando pude incorporarme de nuevo, con un dolor de cabeza tremendo, miré hacia la puerta. Los golpes del reciente difunto habían logrado desencajar un poco el cerrojo, y ya podía empezar a meter la punta de los dedos. Miré a mi alrededor buscando una solución desesperado. Lo único que se me ocurrió fue cerrar la puerta de golpe con la planta del pie. Usé todas mis fuerzas en aquella patada que lograron cerrar la madera… al coste de romper definitivamente el pequeño cerrojo que no está preparado para tanto ajetreo, solo para evitar que los miembros de mi familia nos viéramos unos a otros con los pantalones hasta los tobillos usando el wc…
Sobresaltado dejé caer mi peso sobre la puerta e hice presión con el hombro. Fruto del miedo y la adrenalina estaba haciendo una presión excesivamente fuerte. La puta de dedos del muchacho habían quedado atrapadas con la patada, y ahora con la presión del hombro sentí como sus falanges se chasqueaban y astillaban. Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza.
-¡Déjame en paz joder! ¡Márchate de mi casa, maldito cabrón!- Grité, fruto de la desesperación, totalmente en balde.
Los golpes comenzaron de nuevo al otro lado como si nada hubiera pasada. Por supuesto, los cuatro dedos rotos no hicieron que aquel monstruo emitiera el más mínimo quejido. Eso era lo más perturbador. Como en las películas, daba igual que daño físico sufrieran, seguían adelante, sin dolor, sin impedimentos, fijos en su empezó. Comer carne humana
El dolor de mi cabeza, el dolor de mi hombro, el terror, el cansancio… empecé a llorar como un niño. A gritar. No sé el qué. Solo quería que aquello acabase. Que fuese un mal sueño. ¿Por qué? ¿Qué había echo yo? No le hice jamás daño a nadie ¿Era justo? Porque de la noche a la mañana mi mundo se derrumbaba y la gente moría a mi alrededor para volver a levantarse a los pocos minutos y tratar de… Giré mi cuerpo sin dejar de hacer presión y miré la estrechísima estantería blanca que tenía en el baño. La usábamos principalmente para guardar pastillas y objetos de botiquín en la parte superior, y repuestos de cuchillas de afeitar, papel higiénico, toallas, etc… en la parte inferior. Por su peso no aguantaría nunca la puerta durante mucho tiempo, pero era muy alta, hasta casi llegar al techo. Si llegaba a tumbarla, caería sobre la puerta haciendo un tope diagonal que impediría que nadie abriese jamás la puerta. Me quité de un salto de la puerta y agarré la parte superior de la estantería con la punta de los dedos. Tiré y con todas mis fuerzas y esta cedió.
En los escasos 3 segundos en los que se me venía encima la estantería, me dio tiempo a darme cuenta de los errores de mi plan.
Si dejaba que la estantería cayese de golpe contra la puerta, partiría casi con seguridad la débil puerta del cuarto de baño. Esto dejaría un hueco lo bastante grande como para que el zombie metiera el torso en el cuarto y con el tiempo se introdujese del todo.
Si por el contrario intentaba evitar que esto sucediese me vería atrapado entre la estantería y la puerta, o me recibiría un nuevo golpe en la cabeza. El mueble entero no pesaba tanto como para que en plenas condiciones lo sujetase; pero no era el caso. Solo podía hacer una cosa.
Me aparté de la trayectoria del pesado objeto. Este golpeó con fuerza la puerta, rompiendo la puerta con una facilidad pasmosa, mientras las parte de vidrio del armario estallaban en cientos de trocitos, dejando caer decenas de pastillas, enseres del baño, papel y toallas.
Recogí una de las toallas, naranja oscura, y me dirigí a la ventana del cuarto.
 Lo de recoger la toalla no era parte del plan, pero lo hice totalmente sin pensar.
Abrí el cristal y me asomé a la calle. Estaba, por suerte, despejada.
Cuando tenía apenas 10 años hice exactamente lo que me disponía a realizar, llevándome un buen saco de guantazos de mi padre y la bronca de mi madre. Como galardón por la hazaña. ¿Por qué no podría conseguirlo ahora?
La ventana de mi baño asomaba a la calle posterior a la de mi portal, pero justo a la izquierda, se hallaba un balcón. Era el único balcón de toda esa fachada. Los balcones de mi bloque estaban orientados hacia la calle principal, pero mi vecino era un “rebelde sin causa”. Solo porque a é se le había metido entre ceja y ceja que tenía que tener dos balcones, uno a cada lado de su casa, se puso en contra de todos los vecinos y mandó construir aquél pequeño balcón que descuadraba totalmente la fachada. Un balcón que ahora me salvaría la vida.
Claro, que decirlo era más fácil que hacerlo. En cuanto puse los dos pies en la repisa de mi ventana comprendí porque cuando era más pequeño pude hacer aquella temeridad que podía haberme matado. Solo por sentir la emoción de hacer lo prohibido, de probar mis límites. Con un cuerpo más pequeño podía ponerme cómodo para alargar los brazos y agarrarme a las rejas del balcón. Con el tamaño de que tenía ahora apenas cabía en la repisa, y, para más inri, la toalla que me había empeñado en llevar me estorbaba. Pero no la solté.
Ni si quiera miré a mis espaldas, pero sé que el muerto viviente tenía que estar ya casi dentro, por el sonido que hacía.
Agarré con fuerza la el borde del balcón y me impulsé con las piernas. Aquel salto se me hizo eterno, pero pronto noté el metal bajo mis pies. Parecía un ladrón tratando de entrar a robar en la casa de mi vecino. Elevé la pierna y me puse por dentro del balcón. Suspiré y miré atrás. El muchacho de color estaba en la ventana, mirando en mi dirección y alargando los brazos en un intento inútil de cogerme. Estaba completamente fuera de su alcance.
Aquello me dio una idea un tanto macabra.
Apoyé mi barriga contra la barandilla y alargué un poco los brazos hacia él. Esto hizo que el ya esforzado zombie sacara aun más el cuerpo por la ventana. De repente perdió totalmente el punto de apoyo  y empezó a caer al vacío. Lo miré con los ojos muy abiertos, como si estuviese sorprendido del resultado de mis actos, mientras caía de cabeza y se estrellaba contra el suelo. No entraré en detalles, pero me recordó a un huevo crudo….

Jadeé unos segundos y me di la vuelta. Aquello no había terminado.

Pos suerte para mi (ya era hora) la puerta del balcón se encontraba abierta, y dentro de aquel piso, no había nadie. Ni vivo ni muerto.
La decoración era espantosa y la casa estaba sucia, pero yo no era un experto en esos temas, ni me importaba. Arrastré un par de muebles contra la puerta principal. Volví a revisar que la casa estaba completa y absolutamente vacía, incluidos armarios, debajo de las camas y demás rincones, y me dirigí derecho a la cama del cuarto principal. Me desplomé allí y a los pocos minutos me quedé dormido.
Casi no me dio tiempo a pensar que ahora estaba peor que al principio, sin arma; sin tener ni idea de donde estaban mis pares, ni Rodey, ni Mónica. Totalmente inmerso en una ciudad muerta.


[¡Perdón a mis miles y miles (que modesto soy....) millones de fans! :D 
Llevo varios meses sin escribir, en primer lugar por que tuve un problema con la cuenta del blog, de echo pensé que la había perdido, pero cual señal divina, cuando lo intenté por ultima vez hace poco, ya funcionó. Desde entonces no he vuelto escribir por que... no me daba la gana: me daba pereza. Pero ya se me ha quitao XDD. A partir de ahora prometo escribir más o menos una entrada casa semana (aunq luego lo incumpliré como me pasa siempre con todo :$ ) ]

miércoles, 9 de marzo de 2011

Abandonar tu vida (5º parte)

             Acostumbrado como estaba al revolver, había olvidado que aquél arma contaba con un seguro que yo no había quitado. El ser se me abalanzó encima rápidamente, pero con gesto rápido agarré un perchero de pie situado a mi derecha y lo interpuse entre ambos. Este gesto muy probablemente me salvó la vida. Trastabillé al retroceder mientras intentaba quitar el seguro. Caí de culo y me di un golpe en la espalda con un macetero roto. Sudaba a mares y respiraba con fuerza, y a pesar del temblor de manos conseguí quitar el seguro y descargar dos tiros en el zombie antes de que este terminara de zafarse del perchero. Ambos impactaron en su pecho haciendo que cayera de espaldas, a pocos centímetros del chico de color. Me incorporé rápidamente. Desde el suelo había visto claramente a varios más de ellos entrando por la puerta principal. Casi sin darme cuenta tenía al chaval en brazos. Corrí adentrandome en el teatro/cine.
              Entré en la primera sala que encontré a mi izquierda. Contaba con patio de butacas, unas gradas y por supuesto el escenario. Las luces, aunque tenues y escasas al menos permitían ver con claridad el escenario, y esa era mi referencia, desde allí podría ver la salida para el público. Por suerte el chico era bastante delgado y no me costaba correr mucho con él a cuestas. Mientras cruzaba el patio de butacas por el pasillo central, procuraba ni mirar ni a derecha ni a izquierda. La oscuridad sumía esas zonas de una forma tétrica, y el silencio solo era roto por el resonar de mis pasos que rebotaba por toda la sala. Tampoco me atrevía a mirar el brazo del adolescente que llevaba a cuestas. Solo notaba que la sangre me estaba empapando la manga derecha. ¿Y si ocurría como en las películas? Si se trataba de una infección zombie que todo el mundo ha visto, el mordisco transmitiría el "virus". El chaval acabaría despertando transformado en uno de ellos. Dentro de mi tenía la asquerosa sensación que había salvado al joven solo para saber si efectivamente los mordiscos transmitían la pesadilla. Quería acallar aquella voz de culpabilidad. El instinto de supervivencia era así. Si quería sobrevivir tenía que saber como se transformaban las personas en zombies. Todo esto me hacia sentir culpable, egoísta, porque quería convencerme de que lo que yo estaba haciendo era salvar a una víctima de este mal sueño.
                     Apoyé al muchacho en el escenario, y busqué con la mirada la salida. A pocos metros del escenario se hallaban las dobles puertas que permitían al publico salir directamente a la calle al acabar la función sin tener que pasar por la entrada principal. Me quité mi camisa y rodeé el brazo herido del chaval para evitar el desangramiento. Esa vez si que hube de mirar el brazo, completa ente ensangrentado, con piel y músculos arrancados de cuajo... Me acerqué a la puerta con el chaval en brazos a la puerta y la abrí con la pierna. Un corto pasillo y al acabar otra puerta entreabierta, que ahora sí me dejaba directamente en la calle. Tomando todas las precauciones posibles, salí al exterior. Esta salida me daba acceso a una pequeña calle desde donde podía llegar con rapidez a la parte trasera de mi edificio. Dejé atrás el teatro, los zombies y también la noche, porque lentamente amanecía. Los primeros rayos de sol anaranjado me dejaron delante de la puerta de mi edificio. El portal estaba abierto, lo cual me dio mala espina. Probé si el ascensor funcionaba y viendo que aún tenía electricidad, me arriesgué a subir por él. Mi piso se encontraba en la doceava planta de un edificio de quince. Me miré al espejo del ascensor cuando recomenzábamos a subir. Mi aspecto era como una de mis noches de borrachera. El pelo revuelto, la ropa mal colocada, ojeras, etc... Solo que mi brazo derecho estaba empapado en la sangre de un desconocido. Segundos antes de llegar a mi piso mi imaginación empezó a divagarme a cerca de hordas de muertos vivientes que me estaban esperando al otro lado y que se me abalanzarian encima en cuanto las puertas se abriesen. Respiré con alivio cuando llegué a mi planta y comprobé que los pasillos estaban completamente vacíos. Me paré delante de la puerta de mi casa y busqué las llaves en mi casa. Entré como puede con el muchacho a cuestas y lo tumbé en mi sofá. Cerré la puerta todo lo posible (llave,cerrojo y cadena) y además puse la mesa del salón detrás de para asegurarme de que nada entrase del exterior. Pero ahora tampoco sería fácil salir. Me quede mirando allí de pie al chaval tumbado en el sofá. No se cuanto tiempo pasó. Pero empecé a divagar al mirar las paredes y los muebles de mi casa. ¿Cómo podían las cosas venirse abajo tan rápido? ¿Estaría el resto del mundo como aquí? ¿Estaba haciendo algo el gobierno? Todo el agotamiento, el sueño y la fatiga se me echaron encima. Mi cuerpo me pedía una ducha y dormir durante horas, pero me daba miedo que aquel joven de color se levantara y me atacase mientras dormía si se transformaba en un zombie, y encima se estaba desanrando, por lo que si no moría convertido en muerto viviente se iba desangrar. La herida era demasiado grande y yo ni tenia conocimientos médicos ni estaba enplenas condiciones mentales, me sentía lejos de mi cuerpo, veía las cosas relentizadas, como a cámara lenta. De golpe la idea de rescatar a aquel desconocido que además había intentado robarme, meterlo en mi propia casa mientras se moría me pareció la peor decisión de mi toda mi vida.... ¿En que estaba pensando? Enfadado conmigo mismo me fui al baño a lavarme la cara. La casa estaba completamente vacía se hallaba un poco de desordenada, seguramente a raíz de la visita de Rodey y Mónica. Cuando me hube espabilado un poco regresé al salón. Tenía que hacer algo, la situación me superaba pero no podía quedarme sin hacer nada. Ya que había arriesgado mi vida para salvarlo no iba a dejar que se muriera en mi casa y desangrado. Al regresar a mi salón botiquín en mano, el chaval empezó a toser con fuerza y a jadear. Me quedé mirándolo impresionado. De sopetón se puso de pie y se quedó de espaldas a mi con la cabeza inclinada hacia delante, como mirando al suelo. En su nuca se observaba un curioso agujero en la piel, que se notaba que era bastante profundo. Quise llamarle la atención pero como no podía le di dos toques al marco de la puerta para que me mirase.
Él se dio la vuelta lentamente enfocó su mirada hacia mi.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Abandonar tu vida (4º Parte)

                Cuando a penas había recorrido unos metros, sentí que algo venía hacia mi bastante rápido por mis espaldas. Me giré rápidamente pero demasiado tarde: estaba siendo encañonado por una pistola que sujetaba un chaval varios años menor que yo. Calculé que tendría entre los 17 y los 19 años, un chico de color, con el pelo un poco largo y ropas anchas. En su rostro se reflejaba la determinación, pero su mano temblaba ligeramente.
- ¡He colega! No quiero hacerte daño ¿vale? Pero dame esa mochila ahora mismo o me obligaras ha cometer una locura... - miré al suelo apesadumbrado y sin poder pronunciar una sola palabra, como siempre. Me fui quitando lentamente la mochila para colocarla en el suelo delante mía.
- Eso es... así se hacen las cosas tío, no hace falta que trates de convencerme de.. ¡Joder! - Su grito, impregnado de terror, hizo que instintivamente retrocediera varios pasos hacia atrás. Al alzar la vista vi dos manos que sujetaban al chico desde la oscuridad de una ventana a su derecha. Enseguida aparecería el resto del cuerpo. Un hombre de mediana edad completamente transformado, que sin dejar de agarrarlo intentó morderlo en el brazo. El muchacho gritó y gritó forcejeando y disparó, posiblemente sin querer, dos tiros al aire: el primero de ellos pasó muy cerca de mi, provocando que cayese al suelo de culo y con al boca abierta. El muerto viviente consiguió por fin su propósito. Mordió al chaval en el brazo y empezó a tirar con la cabeza del trozo de carne.
- ¡¡Por Dios!! ¡¡Quitamelo!! ¡¡Joder!! ¡¡Ayudame!! ¡¡Quitamelo de encima!! -  El zombie terminó de arrancar la carne del brazo, dejando al descubierto el blanco del hueso y esparciendo sangre por la calzada. El chaval se desmayó y calló inerte a los brazos de aquel monstruo. Completamente aterrorizado me puse de pie, recogí la mochila y empecé a correr. Mis piernas iban completamente solas, y me obligué a detenerme. No podía dejar a aquel chico así. Apenas recorridos unos metros me paré en seco. Me di la vuelta y me acerqué de nuevo al edificio. Ya no había ni rastro ni del joven ni del zombie. En el suelo estaba la pistola del chico, una clásica SIG-Sauer. La ventana por donde había aparecido el muerto viviente no era tal, si no una taquilla para un teatro/cine, solo que ni siquiera me había fijado en el edificio. Para mayor desgracia mía, los disparos y los gritos habían llamado la atención de más de aquellas cosas, que se arrastraban en mi dirección casi desde cualquier calle adyacente y desde la propia avenida. Así que lo quisiese o no tendría que entrar en aquel edificio, no solo para salvar al chaval si no para alejarme de los zombies. Conocía aquel teatro, ya que mi madre era aficionada a llevarme cuando era más pequeño. Hacía muchos años contaba con seis escenarios, pero ahora cuatro de aquellas salas eran de cine, y solo dos para las representaciones reales. A mi me aburrían normalmente las obras de teatro y estaba siempre deseando entrar a ver alguna película, pero con el tiempo llegaría a cogerle mucha afición al teatro. Recordar aquellos momentos con mi familia hizo que se me encogiera el corazón por un instante. Tenia que acabar con esto rápido y marcharme a buscar a mi familia.
                      El edificio era muy grande, con unas grandes puertas de vidrio, un hall, con la taquilla en la pared izquierda, (se podían comprar las entradas dentro del hall o desde la calle, por la fatídica ventanilla) desde donde se pasaba a un amplio pasillo y escaleras en su final. Abajo se distribuían las dos salas de teatro y subiendo las escaleras se hallaban las salas de cine. "Solo" tenía que abrir la puerta que daba acceso a la taquilla, matar al zombie, recoger el muchacho y llevármelo dentro una de las salas de teatro. Una vez allí podía salir a la calle desde las salidas que desembocan directamente a la calle. Me acerqué con el máximo sigilo posible a la puerta principal del recinto y miré dentro por las vidrieras. Dentro el ambiente no era muy acogedor. Varios objetos y muebles tirados por el suelo, así como algunas manchas de sangre por el suelo y paredes. Resoplé. Guardé mi revolver en el bolsillo, y agarré con fuerza la pistola del chico. Miré la avenida detrás mía y observé que cada vez más y más de aquellas cosas estaban más cerca.
No tenía tiempo que perder. Empujé la puerta y al oscuro hall. Solo un par de luces que debían llevar muchos días encendidas me permitían ver con notable claridad. Avancé con el arma cogida fuertemente con ambas manos y apuntando al suelo. El sudor me recorría la frente. Me acerqué a la ventanilla que se asomaban al hall y miré con sumo cuidado dentro. El zombie estaba agachado en la penumbra detrás del mostrador, posiblemente... posiblemente devorando la carne del joven de color. Asqueado por la idea me acerqué con rapidez a la puerta de las taquillas, ya que no me había visto. Por culpa de aquellas prisas fuí descuidado y pisé unos cristales del suelo, que resonaron en el silencio de la sala como si el sonido estuviera ampliado. Maldiciendo para mis adentros así el pomo de la puerta y conté hasta tres mentalmente para darme confianza. Abrí la puerta de golpe y apunté a la altura de cabeza de aquel asqueroso demonio, que tenia toda la boca y el pecho bañados en sangre. El adolescente tenía varios mordisco en el brazo. Aquel jodido monstruo reaccionó muy rápido y se puso de pié casi de un salto para abalanzarse sobre mi. Venciendo las nauseas de aquel espectáculo gore disparé varias veces.
O al menos eso intenté.
Acostumbrado cono estaba al revolver, había olvidado que aquél arma contaba con un seguro que yo no había quitado.

sábado, 29 de enero de 2011

Abandonar tu vida (3º parte)

   No me hubiesen visto, pero yo había llamado su atención pensando que seria más prudente para mi llamarlas desde lejos. Miré a mis espaldas. Mi única vía de escape estaba llena de carne putrefacta. No tenía salida en ninguna dirección.
      Miré desesperado en todas direcciones, tratando de encontrar alguna vía de escape. La puerta posterior de una trastienda, situada a mi izquierda parecía mi única opción. Corrí hacia la puerta y asié el pomo con fuerza, tratando de abrirla, pero era inútil. Por suerte la mitad superior de esta, tenía una cuadrado de vidrio grueso. Di un paso hacia atrás y le pegué una patada, todo lo fuerte que fui capaz. No se rompió. Toda la nuca me sudaba como si llevara horas haciendo deporte. Las dos niñas estaban a un par de metros, casi podías sentirlas. Golpeé por segunda vez sin éxito, pero en esta ocasión el cristal cedió en sus juntas con la puerta. A la tercera intentona el vidrio salió de su sitio como un fragmento único que se estrelló en el suelo por dentro de la tienda. Sin querer mirar atrás metí una pierna por el hueco, y en el instante en el que pretendía meter el resto del cuerpo y saltar, noté como me agarraban del pantalón unas manos pequeñas... las manos de una niña. Miré con el corazón completamete parado, como si no quisiese bombear sangre durante unas fracciones de segundo que me parecieron eternas. La mandíbula sin piel de aquella cosa se abrió para morderme, y no tuve más remedio que ponerle el cañón del revolver en la boca. Apreté los dientes para disparar en aquella cara horripilante, sacada de mis peores pesadillas, pero no pude. Introduje con fuerza el cañón el la boca de la niña para que no mordiera y tiré con fuerza hacia atrás, quitandomela de encima y haciendo que se cayera cobre su compañera, que también me hubiese agarrado, si no fuera porque intentaba hacerlo justo por donde la primera me tenia cogido. Casi de seguido salté dentro de la trastienda, perdí el equilibrio y me caí al suelo lleno de cristales, evitando que me dieran en la cara me incorporé rápido y me miré: tenia algunos pequeños cortes en la ropa, pero ni siquiera me había hecho ninguna herida, no obstante no tenia más luz que la que entraba desde fuera, y no podía verme bien, ni tampoco mi alrededor. Busqué un interruptor y encendí. La estancia era estrecha pero bastante larga, a los lados se amontonaban en estanterías productos comestibles y chucherías varias. Al fondo una puerta que comunicaba con la parte delantera de la tienda. Guardé el revolver en el pantalón y agarré una de la estanterías, arrastrándolas para tapar el hueco del cristal. Por suerte las estanterías no eran muy grandes y su parte trasera era na plancha de madera lisa, que tapaba perfectamente la ventana. Cuando acabé me senté en el suelo, alejado de los trozos de vidrio y resoplé. Algunas bolsas de patatas fritas se habían caído al suelo al mover el mueble, y yo hacia tiempo que comía muy poco, así que lo recogí del suelo, la abrí y empecé a comer, pero, no me era posible, seguía muy nervioso, y además tenia clavada en mis pupilas las caras de las niñas....
             Guarde un par de bolsas en mi mochila y me levante transcurridos pocos minutos. Ahora tenía que encontrar la manera de salir de allí, a una zona libre de zombies. Caminé por la estrecha trastienda hasta la puerta principal y cogí el pomo. Lo giré lentamente y cuando tenía una rendija abierta, miré al otro lado. La oscuridad más absoluta era lo único que podía ver, y un olor fuerte a ... ¿comida para perros? Un ladrido repentino cuyo origen era la oscuridad me asustó y cerré de un portazo. El sobresalto había sido tremendo, pero aún así, cuando habían pasado unos segundos comprendí que si el perro se encontrase en condiciones óptimas, habría ladrado mucho antes, y al abrir la puerta hubiese intentado salir, y yo no había notado ninguna presión. Volví a abrir, pero esta vez un poco más y silbé bajito. Otro ladrido me respondió desde la negrura. Abrí la puerta del todo, permitiendo que la luz a mis espaldas inundara la estancia. Delante mía tenía la parte principal de la tienda, con un mostrador rodeado de estanterías para las golosinas, los caramelos, patatas, etc.. y la puerta principal, bien cerrada y con la verja metálica puesta. A un lado, unas escaleras que subían al piso superior, y al otro,  un perro enorme que me miraba con la boca abierta y jadeante, rodeado de varios sacos de comida para perros y al menos tres garrafas de agua de varios litros. En ese momento me llegó, de golpe como un puñetazo inesperado, el olor de las heces. Aquel pobre animal debió de ser abandonado hacia un par de semanas, cuando llegaron a la ciudad las noticias de la catástrofe y aunque aún le quedaba comida, era un perro ya muy anciano, y tenia una buena montonera de sus necesidades alrededor suya. Parecía alguna especie de Mastín, muy mayor, que para colmo había sido abandonado, con lo cual, estaba tan triste y cansado que ni si quiera se mostraba agresivo conmigo. La verdad es que aquélla visión me afligió mucho. No sabia que hacer. Llevarlo conmigo era imposible y además dudo mucho que fuese a querer acompañarme. Y abandonarlo me parecía muy cruel. Pero tampoco podía sacrificarlo, ni tenia arrojos para ello ni podía permitirme el lujo de perder una bala en eso. Así me encontré en una encrucijada que me mantuvo pensativo varios minutos. Yo frente al perro mirándolo a los ojos. Mientras este me miraba, mezcla de curiosidad, mezcla de antipático pero sin rechistar. Finalmente tomé una decisión.

           Subí las escaleras que se hallaban en la parte principal de la tienda, para ver adonde conducían. Al final de ellas otra puerta. Agarré el pomo, y por suerte estaba abierta. Miré al otro lado y vi que conducía a las escaleras del bloque, las que te llevaban a los viviendas. Encendí la luz de las escaleras y miré detrás de mi una última vez: dejaría al perro tal y como estaba, no podía hacer nada por él, y aún que se me partía el alma por él, no me quedaba más remedio que hacer lo mismo que su dueño. Bajé las escaleras hasta el portal y me acerqué lentamente a este. Abrí la puerta de nuevo con cuidado y miré el exterior: solo había tres de aquellos monstruos y se encontraban bien lejos en la avenida. No me suponían ningún problema. Salí al exterior y comencé a caminar a paso ligero bien pegado a la pared para pasar lo más desapercibido posible. Cuando a penas había recorrido unos metros, sentí que algo venía hacia mi bastante rápido por mis espaldas. Me giré rápidamente pero demasiado tarde: estaba siendo encañonado por una pistola que sujetaba un chaval varios años menor que yo.