jueves, 31 de mayo de 2012

CONTACTO


Me desplomé allí y a los pocos minutos me quedé dormido. Casi no me dio tiempo a pensar que ahora estaba peor que al principio, sin arma; sin tener ni idea de donde estaban mis padres, ni Rodey, ni Mónica. Totalmente inmerso en una ciudad muerta.

Desperté, no se cuantas horas después, algo mareado y confuso. Cuando me ubiqué dentro de mi propia cabeza, miré a la calle. Estaba ya anocheciendo, por lo que había dormido lo que quedara de noche y todo el día. No sabía si sería buena idea salir de noche a la calle y sin armas, pero tenía que salir de allí y tratar de volver al polideportivo, era lo mejor. Aquella incursión solo al exterior había sido una locura, y lo único que ahora sabia es que mis padres estaban en paradero desconocido y posiblemente muertos... 
Comencé a lloriquear otra vez y la tristeza, la desolación,.... inundaron mi corazón y mi cabeza, pero ya sea por el instinto de supervivencia o por que era más fuerte de lo que yo mismo creía me recompuse enseguida. Además mientras no supiese al cien por cien que no volvería a ver a mis padres, aún quedaba una pequeña esperanza. Me aseé en el baño e hice mis necesidades, para mi fortuna aún salia agua por los  grifos. Entonces se me ocurrió que tal vez aquel tipo, el dueño de la vivienda, tuviese algún arma de fuego. Busqué como un desesperado hasta que encontré una pistola, una glock de bajo calibre, muy común en las casa americanas. Pero la alegría no me duró mucho, no encontré una sola bala en toda la casa.... Al menos era más que nada y me quedé con la pistola. En mi búsqueda encontré varias cosas más que podrían resultarme útiles: una mochila, en la que introduje una linterna, varias pilas, papel higiénico, mi toalla, tres mudas de ropa y algo de comida en lata que encontré en la despensa. (Yo había salido del polideportivo con una mochila parecida ¿dónde la perdí?) Por último recogí un hacha  de carnicero. Un cuchillo de hoja muy ancha que sirve para cortar carne y hueso con mucha facilidad. Me dio asco pensar que ocurriría si tenia que usar algo así, pero no podía perder más el tiempo. Si se decían a evacuar a la gente de aquel refugio seguro, yo tenía que estar allí. estaba harto de aquella locura. Retiré los muebles de la entrada y entonces caí en la cuenta: el dueño había huido de allí y dentro del piso no había ninguna llave. Solo tenía dos opciones: o partir la puerta, lo cual haría mucho ruido, o tratar de salir por el pequeño balcón que usé de entrada. Ninguna opción me parecía buena. También cabía la posibilidad de permanecer en allí hasta la mañana siguiente. Di varias vueltas por las habitaciones pensando que hacer cuando algo llamó mi atención del exterior. Una columna de humo se elevaba sobre la ciudad. Ya había visto un par de incendios, pero esto era distinto, el humo era muy muy denso y negro, tremendamente amplia como si manzanas enteras estuvieran siendo calcinadas con un fuego muy potente. Y estaba bastante cerca de mi posición. Me quedaban como mucho  20 minutos de luz solar. Cogí todas las sábanas, mantas y toallas y construí rápidamente una "cuerda" que até al balcón. Tras asegurarme de la fiabilidad de mi invento empecé a descender. Algo sonaba. parecía el motor de un coche acercándose. Justo al posar mis pies en el suelo apareció por mi derecha una furgoneta militar. Uno de esos pintados de camuflaje y que tienen una metralleta en la parte superior [GAZ-2975]. yo había visto solamente esos coches en películas y una vez en un desfile militar.
- ¡Eh! ¡Ayuda! - 
No era muy buena idea ponerme a gritar sin asegurarme que no había zombies cerca de mi, pero no me paré a pensar en eso. Los focos me alumbraron cegándome y pude escuchar como la ametralladora instalada en el techo del vehículo me apuntaba. Moví los brazos y los elevé en señal de que no era peligroso. El motor dejó de hacer ruido y las puertas se abrieron de golpe. Yo seguía sin ver bien a causa de los focos tan potentes. Vi figuras que se acercaban a mi y me agarraron por los brazos entre dos personas. Casi me llevaron en volandas hasta el furgón militar y me arrojaron no con demasiada delicadeza al interior. Cuando miré a mi alrededor me lleve un buen susto. Todos los militares llevaban colocados en sus rostros unas máscaras anti-gas.
- Ho... Ho... - 
Traté de hablar pero de nuevo era imposible; parece que los nervios me habían permitido gritar pidiendo ayuda (y el echo de que no hubiese nadie presente) pero ahora no. 
Eran cuatro más el conductor. 
Espacio de sobra y todos portaban armas. Subfusiles y pistolas. Pistolas que no dudaron en desenfundar y apuntarme con ellas al rostro tras mi infructuoso intento de comunicarme.

Que tenía miedo era decir poco. Que te apunten cuatro personas al mismo tiempo es algo que no recomiendo a nadie. Levante los brazos y abrí muchos los brazos.
- Comprueba que no está infectado - 
Dijo uno de los militares. Yo empecé a negar con la cabeza, pero dio igual. Me desnudaron casi al completo entre dos mientras comprobaban cada centímetro de mi piel, mis ojos y mi lengua. Cuando terminaron se miraron y asintieron.

- Perdona nuestra brusquedad muchacho, pero al verte balbucear nos pusimos en lo peor. ¿Como te llamas? - 
Se habían quitado las mascarás y pude ver que solo el conductor era una mujer. Miré a mi alrededor y suspiré. No iba a ser capaz de hablar con ellos.
- ¿Te sucede algo chico? ¿Estas bien? - Me espetó otro
- Dejadlo, que descanse un rato, tiene que estar en shock por el miedo. Lego nos podrá contar lo que sepa - Dijo la militar desde el asiento de conductora. Los miré y asentí con la cabeza en señal de conformidad. Me dejaron sentado en una esquina y me dieron agua de una cantimplora. En ese momento vi a través de una pequeñísima ventana con un cristal blindado que el coche en el que yo iba montado lideraba una comitiva. Un comboy formado por 3 autobuses, seis coches utilitarios, tres vehículos militares sin contar el mío y cuatro coches policiales de la ciudad. . Se estaban llevando a los supervivientes. Allí tenían que ir los refugiados del polideportivo (entre ellos Rodey) y a buen seguro mis padres si habían sido hallados. Mi rostro debió de ser el culmen de la felicidad por que uno de los militares me dijo:
- Nos vamos a un lugar seguro, ya puedes estar más tranquilo. Tenemos a todos los supervivientes de la ciudad en esta caravana. - 
Realmente eran pocos coches. ¿Tan poca gente había sobrevivido? Casi no me lo podía creer.
La radio del vehículo empezó a sonar.
- A todas las unidades, confirmación de lanzamiento. -
La "chofer" cogió la radio 
- Confinamos posición. Comboy a 10 kilómetros de la ciudad. -
La radio dio su respuesta:
- Iniciamos la operación "limpieza" -
Pocos segundos después se desató el fuego y la destrucción sobre Hammond
[Continuará]


lunes, 12 de diciembre de 2011

Me quedé mirándolo impresionado. De sopetón se puso de pie y se quedó de espaldas a mí con la cabeza inclinada hacia delante, como mirando al suelo. En su nuca se observaba un curioso agujero en la piel, que se notaba que era bastante profundo. Quise llamarle la atención pero como no podía le di dos toques al marco de la puerta para que mirase.
Él se dio la vuelta enfocó su mirada hacia mí.

Su cara estaba completamente caída, con las mejillas permitiendo que la boca se quedara abierta, y los ojos en blanco. Lentamente sus iris aparecieron, subiendo desde lo profundo de la cuenca de sus ojos, como un amanecer macabro. Dejó la mirada fija en mí y comenzó a caminar a pasos rápidos hacia mí. No recuerdo exactamente si grité o no, pero retrocedí muerto de miedo (¡donde estaba mi arma!) hasta el cuarto de baño. Cerré de golpe la puerta y eché el cerrojo de golpe. No sé exactamente cómo ni con qué pero me hice un corte en el dedo índice. A los pocos la puerta empezó a ser aporreada por el chico, desde el otro lado.
Un golpe.
Dos golpes.
Tres golpes.
Silencio.
Retrocedí unos pasos y me senté en el borde de la bañera.
De golpe, las fuerzas me flaquearon, supongo que debido a la acumulación de tensión y perdí completamente el equilibrio. Resbalé hacia atrás y me golpee la cabeza con la pared, quedándome unos segundos aturdido por el golpe y tumbado a lo ancho de la bañera. El ruido provocó que aquella cosa salida del infierno comenzara a golpear de nuevo la puerta varias veces más. Cuando pude incorporarme de nuevo, con un dolor de cabeza tremendo, miré hacia la puerta. Los golpes del reciente difunto habían logrado desencajar un poco el cerrojo, y ya podía empezar a meter la punta de los dedos. Miré a mi alrededor buscando una solución desesperado. Lo único que se me ocurrió fue cerrar la puerta de golpe con la planta del pie. Usé todas mis fuerzas en aquella patada que lograron cerrar la madera… al coste de romper definitivamente el pequeño cerrojo que no está preparado para tanto ajetreo, solo para evitar que los miembros de mi familia nos viéramos unos a otros con los pantalones hasta los tobillos usando el wc…
Sobresaltado dejé caer mi peso sobre la puerta e hice presión con el hombro. Fruto del miedo y la adrenalina estaba haciendo una presión excesivamente fuerte. La puta de dedos del muchacho habían quedado atrapadas con la patada, y ahora con la presión del hombro sentí como sus falanges se chasqueaban y astillaban. Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza.
-¡Déjame en paz joder! ¡Márchate de mi casa, maldito cabrón!- Grité, fruto de la desesperación, totalmente en balde.
Los golpes comenzaron de nuevo al otro lado como si nada hubiera pasada. Por supuesto, los cuatro dedos rotos no hicieron que aquel monstruo emitiera el más mínimo quejido. Eso era lo más perturbador. Como en las películas, daba igual que daño físico sufrieran, seguían adelante, sin dolor, sin impedimentos, fijos en su empezó. Comer carne humana
El dolor de mi cabeza, el dolor de mi hombro, el terror, el cansancio… empecé a llorar como un niño. A gritar. No sé el qué. Solo quería que aquello acabase. Que fuese un mal sueño. ¿Por qué? ¿Qué había echo yo? No le hice jamás daño a nadie ¿Era justo? Porque de la noche a la mañana mi mundo se derrumbaba y la gente moría a mi alrededor para volver a levantarse a los pocos minutos y tratar de… Giré mi cuerpo sin dejar de hacer presión y miré la estrechísima estantería blanca que tenía en el baño. La usábamos principalmente para guardar pastillas y objetos de botiquín en la parte superior, y repuestos de cuchillas de afeitar, papel higiénico, toallas, etc… en la parte inferior. Por su peso no aguantaría nunca la puerta durante mucho tiempo, pero era muy alta, hasta casi llegar al techo. Si llegaba a tumbarla, caería sobre la puerta haciendo un tope diagonal que impediría que nadie abriese jamás la puerta. Me quité de un salto de la puerta y agarré la parte superior de la estantería con la punta de los dedos. Tiré y con todas mis fuerzas y esta cedió.
En los escasos 3 segundos en los que se me venía encima la estantería, me dio tiempo a darme cuenta de los errores de mi plan.
Si dejaba que la estantería cayese de golpe contra la puerta, partiría casi con seguridad la débil puerta del cuarto de baño. Esto dejaría un hueco lo bastante grande como para que el zombie metiera el torso en el cuarto y con el tiempo se introdujese del todo.
Si por el contrario intentaba evitar que esto sucediese me vería atrapado entre la estantería y la puerta, o me recibiría un nuevo golpe en la cabeza. El mueble entero no pesaba tanto como para que en plenas condiciones lo sujetase; pero no era el caso. Solo podía hacer una cosa.
Me aparté de la trayectoria del pesado objeto. Este golpeó con fuerza la puerta, rompiendo la puerta con una facilidad pasmosa, mientras las parte de vidrio del armario estallaban en cientos de trocitos, dejando caer decenas de pastillas, enseres del baño, papel y toallas.
Recogí una de las toallas, naranja oscura, y me dirigí a la ventana del cuarto.
 Lo de recoger la toalla no era parte del plan, pero lo hice totalmente sin pensar.
Abrí el cristal y me asomé a la calle. Estaba, por suerte, despejada.
Cuando tenía apenas 10 años hice exactamente lo que me disponía a realizar, llevándome un buen saco de guantazos de mi padre y la bronca de mi madre. Como galardón por la hazaña. ¿Por qué no podría conseguirlo ahora?
La ventana de mi baño asomaba a la calle posterior a la de mi portal, pero justo a la izquierda, se hallaba un balcón. Era el único balcón de toda esa fachada. Los balcones de mi bloque estaban orientados hacia la calle principal, pero mi vecino era un “rebelde sin causa”. Solo porque a é se le había metido entre ceja y ceja que tenía que tener dos balcones, uno a cada lado de su casa, se puso en contra de todos los vecinos y mandó construir aquél pequeño balcón que descuadraba totalmente la fachada. Un balcón que ahora me salvaría la vida.
Claro, que decirlo era más fácil que hacerlo. En cuanto puse los dos pies en la repisa de mi ventana comprendí porque cuando era más pequeño pude hacer aquella temeridad que podía haberme matado. Solo por sentir la emoción de hacer lo prohibido, de probar mis límites. Con un cuerpo más pequeño podía ponerme cómodo para alargar los brazos y agarrarme a las rejas del balcón. Con el tamaño de que tenía ahora apenas cabía en la repisa, y, para más inri, la toalla que me había empeñado en llevar me estorbaba. Pero no la solté.
Ni si quiera miré a mis espaldas, pero sé que el muerto viviente tenía que estar ya casi dentro, por el sonido que hacía.
Agarré con fuerza la el borde del balcón y me impulsé con las piernas. Aquel salto se me hizo eterno, pero pronto noté el metal bajo mis pies. Parecía un ladrón tratando de entrar a robar en la casa de mi vecino. Elevé la pierna y me puse por dentro del balcón. Suspiré y miré atrás. El muchacho de color estaba en la ventana, mirando en mi dirección y alargando los brazos en un intento inútil de cogerme. Estaba completamente fuera de su alcance.
Aquello me dio una idea un tanto macabra.
Apoyé mi barriga contra la barandilla y alargué un poco los brazos hacia él. Esto hizo que el ya esforzado zombie sacara aun más el cuerpo por la ventana. De repente perdió totalmente el punto de apoyo  y empezó a caer al vacío. Lo miré con los ojos muy abiertos, como si estuviese sorprendido del resultado de mis actos, mientras caía de cabeza y se estrellaba contra el suelo. No entraré en detalles, pero me recordó a un huevo crudo….

Jadeé unos segundos y me di la vuelta. Aquello no había terminado.

Pos suerte para mi (ya era hora) la puerta del balcón se encontraba abierta, y dentro de aquel piso, no había nadie. Ni vivo ni muerto.
La decoración era espantosa y la casa estaba sucia, pero yo no era un experto en esos temas, ni me importaba. Arrastré un par de muebles contra la puerta principal. Volví a revisar que la casa estaba completa y absolutamente vacía, incluidos armarios, debajo de las camas y demás rincones, y me dirigí derecho a la cama del cuarto principal. Me desplomé allí y a los pocos minutos me quedé dormido.
Casi no me dio tiempo a pensar que ahora estaba peor que al principio, sin arma; sin tener ni idea de donde estaban mis pares, ni Rodey, ni Mónica. Totalmente inmerso en una ciudad muerta.


[¡Perdón a mis miles y miles (que modesto soy....) millones de fans! :D 
Llevo varios meses sin escribir, en primer lugar por que tuve un problema con la cuenta del blog, de echo pensé que la había perdido, pero cual señal divina, cuando lo intenté por ultima vez hace poco, ya funcionó. Desde entonces no he vuelto escribir por que... no me daba la gana: me daba pereza. Pero ya se me ha quitao XDD. A partir de ahora prometo escribir más o menos una entrada casa semana (aunq luego lo incumpliré como me pasa siempre con todo :$ ) ]

miércoles, 9 de marzo de 2011

Abandonar tu vida (5º parte)

             Acostumbrado como estaba al revolver, había olvidado que aquél arma contaba con un seguro que yo no había quitado. El ser se me abalanzó encima rápidamente, pero con gesto rápido agarré un perchero de pie situado a mi derecha y lo interpuse entre ambos. Este gesto muy probablemente me salvó la vida. Trastabillé al retroceder mientras intentaba quitar el seguro. Caí de culo y me di un golpe en la espalda con un macetero roto. Sudaba a mares y respiraba con fuerza, y a pesar del temblor de manos conseguí quitar el seguro y descargar dos tiros en el zombie antes de que este terminara de zafarse del perchero. Ambos impactaron en su pecho haciendo que cayera de espaldas, a pocos centímetros del chico de color. Me incorporé rápidamente. Desde el suelo había visto claramente a varios más de ellos entrando por la puerta principal. Casi sin darme cuenta tenía al chaval en brazos. Corrí adentrandome en el teatro/cine.
              Entré en la primera sala que encontré a mi izquierda. Contaba con patio de butacas, unas gradas y por supuesto el escenario. Las luces, aunque tenues y escasas al menos permitían ver con claridad el escenario, y esa era mi referencia, desde allí podría ver la salida para el público. Por suerte el chico era bastante delgado y no me costaba correr mucho con él a cuestas. Mientras cruzaba el patio de butacas por el pasillo central, procuraba ni mirar ni a derecha ni a izquierda. La oscuridad sumía esas zonas de una forma tétrica, y el silencio solo era roto por el resonar de mis pasos que rebotaba por toda la sala. Tampoco me atrevía a mirar el brazo del adolescente que llevaba a cuestas. Solo notaba que la sangre me estaba empapando la manga derecha. ¿Y si ocurría como en las películas? Si se trataba de una infección zombie que todo el mundo ha visto, el mordisco transmitiría el "virus". El chaval acabaría despertando transformado en uno de ellos. Dentro de mi tenía la asquerosa sensación que había salvado al joven solo para saber si efectivamente los mordiscos transmitían la pesadilla. Quería acallar aquella voz de culpabilidad. El instinto de supervivencia era así. Si quería sobrevivir tenía que saber como se transformaban las personas en zombies. Todo esto me hacia sentir culpable, egoísta, porque quería convencerme de que lo que yo estaba haciendo era salvar a una víctima de este mal sueño.
                     Apoyé al muchacho en el escenario, y busqué con la mirada la salida. A pocos metros del escenario se hallaban las dobles puertas que permitían al publico salir directamente a la calle al acabar la función sin tener que pasar por la entrada principal. Me quité mi camisa y rodeé el brazo herido del chaval para evitar el desangramiento. Esa vez si que hube de mirar el brazo, completa ente ensangrentado, con piel y músculos arrancados de cuajo... Me acerqué a la puerta con el chaval en brazos a la puerta y la abrí con la pierna. Un corto pasillo y al acabar otra puerta entreabierta, que ahora sí me dejaba directamente en la calle. Tomando todas las precauciones posibles, salí al exterior. Esta salida me daba acceso a una pequeña calle desde donde podía llegar con rapidez a la parte trasera de mi edificio. Dejé atrás el teatro, los zombies y también la noche, porque lentamente amanecía. Los primeros rayos de sol anaranjado me dejaron delante de la puerta de mi edificio. El portal estaba abierto, lo cual me dio mala espina. Probé si el ascensor funcionaba y viendo que aún tenía electricidad, me arriesgué a subir por él. Mi piso se encontraba en la doceava planta de un edificio de quince. Me miré al espejo del ascensor cuando recomenzábamos a subir. Mi aspecto era como una de mis noches de borrachera. El pelo revuelto, la ropa mal colocada, ojeras, etc... Solo que mi brazo derecho estaba empapado en la sangre de un desconocido. Segundos antes de llegar a mi piso mi imaginación empezó a divagarme a cerca de hordas de muertos vivientes que me estaban esperando al otro lado y que se me abalanzarian encima en cuanto las puertas se abriesen. Respiré con alivio cuando llegué a mi planta y comprobé que los pasillos estaban completamente vacíos. Me paré delante de la puerta de mi casa y busqué las llaves en mi casa. Entré como puede con el muchacho a cuestas y lo tumbé en mi sofá. Cerré la puerta todo lo posible (llave,cerrojo y cadena) y además puse la mesa del salón detrás de para asegurarme de que nada entrase del exterior. Pero ahora tampoco sería fácil salir. Me quede mirando allí de pie al chaval tumbado en el sofá. No se cuanto tiempo pasó. Pero empecé a divagar al mirar las paredes y los muebles de mi casa. ¿Cómo podían las cosas venirse abajo tan rápido? ¿Estaría el resto del mundo como aquí? ¿Estaba haciendo algo el gobierno? Todo el agotamiento, el sueño y la fatiga se me echaron encima. Mi cuerpo me pedía una ducha y dormir durante horas, pero me daba miedo que aquel joven de color se levantara y me atacase mientras dormía si se transformaba en un zombie, y encima se estaba desanrando, por lo que si no moría convertido en muerto viviente se iba desangrar. La herida era demasiado grande y yo ni tenia conocimientos médicos ni estaba enplenas condiciones mentales, me sentía lejos de mi cuerpo, veía las cosas relentizadas, como a cámara lenta. De golpe la idea de rescatar a aquel desconocido que además había intentado robarme, meterlo en mi propia casa mientras se moría me pareció la peor decisión de mi toda mi vida.... ¿En que estaba pensando? Enfadado conmigo mismo me fui al baño a lavarme la cara. La casa estaba completamente vacía se hallaba un poco de desordenada, seguramente a raíz de la visita de Rodey y Mónica. Cuando me hube espabilado un poco regresé al salón. Tenía que hacer algo, la situación me superaba pero no podía quedarme sin hacer nada. Ya que había arriesgado mi vida para salvarlo no iba a dejar que se muriera en mi casa y desangrado. Al regresar a mi salón botiquín en mano, el chaval empezó a toser con fuerza y a jadear. Me quedé mirándolo impresionado. De sopetón se puso de pie y se quedó de espaldas a mi con la cabeza inclinada hacia delante, como mirando al suelo. En su nuca se observaba un curioso agujero en la piel, que se notaba que era bastante profundo. Quise llamarle la atención pero como no podía le di dos toques al marco de la puerta para que me mirase.
Él se dio la vuelta lentamente enfocó su mirada hacia mi.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Abandonar tu vida (4º Parte)

                Cuando a penas había recorrido unos metros, sentí que algo venía hacia mi bastante rápido por mis espaldas. Me giré rápidamente pero demasiado tarde: estaba siendo encañonado por una pistola que sujetaba un chaval varios años menor que yo. Calculé que tendría entre los 17 y los 19 años, un chico de color, con el pelo un poco largo y ropas anchas. En su rostro se reflejaba la determinación, pero su mano temblaba ligeramente.
- ¡He colega! No quiero hacerte daño ¿vale? Pero dame esa mochila ahora mismo o me obligaras ha cometer una locura... - miré al suelo apesadumbrado y sin poder pronunciar una sola palabra, como siempre. Me fui quitando lentamente la mochila para colocarla en el suelo delante mía.
- Eso es... así se hacen las cosas tío, no hace falta que trates de convencerme de.. ¡Joder! - Su grito, impregnado de terror, hizo que instintivamente retrocediera varios pasos hacia atrás. Al alzar la vista vi dos manos que sujetaban al chico desde la oscuridad de una ventana a su derecha. Enseguida aparecería el resto del cuerpo. Un hombre de mediana edad completamente transformado, que sin dejar de agarrarlo intentó morderlo en el brazo. El muchacho gritó y gritó forcejeando y disparó, posiblemente sin querer, dos tiros al aire: el primero de ellos pasó muy cerca de mi, provocando que cayese al suelo de culo y con al boca abierta. El muerto viviente consiguió por fin su propósito. Mordió al chaval en el brazo y empezó a tirar con la cabeza del trozo de carne.
- ¡¡Por Dios!! ¡¡Quitamelo!! ¡¡Joder!! ¡¡Ayudame!! ¡¡Quitamelo de encima!! -  El zombie terminó de arrancar la carne del brazo, dejando al descubierto el blanco del hueso y esparciendo sangre por la calzada. El chaval se desmayó y calló inerte a los brazos de aquel monstruo. Completamente aterrorizado me puse de pie, recogí la mochila y empecé a correr. Mis piernas iban completamente solas, y me obligué a detenerme. No podía dejar a aquel chico así. Apenas recorridos unos metros me paré en seco. Me di la vuelta y me acerqué de nuevo al edificio. Ya no había ni rastro ni del joven ni del zombie. En el suelo estaba la pistola del chico, una clásica SIG-Sauer. La ventana por donde había aparecido el muerto viviente no era tal, si no una taquilla para un teatro/cine, solo que ni siquiera me había fijado en el edificio. Para mayor desgracia mía, los disparos y los gritos habían llamado la atención de más de aquellas cosas, que se arrastraban en mi dirección casi desde cualquier calle adyacente y desde la propia avenida. Así que lo quisiese o no tendría que entrar en aquel edificio, no solo para salvar al chaval si no para alejarme de los zombies. Conocía aquel teatro, ya que mi madre era aficionada a llevarme cuando era más pequeño. Hacía muchos años contaba con seis escenarios, pero ahora cuatro de aquellas salas eran de cine, y solo dos para las representaciones reales. A mi me aburrían normalmente las obras de teatro y estaba siempre deseando entrar a ver alguna película, pero con el tiempo llegaría a cogerle mucha afición al teatro. Recordar aquellos momentos con mi familia hizo que se me encogiera el corazón por un instante. Tenia que acabar con esto rápido y marcharme a buscar a mi familia.
                      El edificio era muy grande, con unas grandes puertas de vidrio, un hall, con la taquilla en la pared izquierda, (se podían comprar las entradas dentro del hall o desde la calle, por la fatídica ventanilla) desde donde se pasaba a un amplio pasillo y escaleras en su final. Abajo se distribuían las dos salas de teatro y subiendo las escaleras se hallaban las salas de cine. "Solo" tenía que abrir la puerta que daba acceso a la taquilla, matar al zombie, recoger el muchacho y llevármelo dentro una de las salas de teatro. Una vez allí podía salir a la calle desde las salidas que desembocan directamente a la calle. Me acerqué con el máximo sigilo posible a la puerta principal del recinto y miré dentro por las vidrieras. Dentro el ambiente no era muy acogedor. Varios objetos y muebles tirados por el suelo, así como algunas manchas de sangre por el suelo y paredes. Resoplé. Guardé mi revolver en el bolsillo, y agarré con fuerza la pistola del chico. Miré la avenida detrás mía y observé que cada vez más y más de aquellas cosas estaban más cerca.
No tenía tiempo que perder. Empujé la puerta y al oscuro hall. Solo un par de luces que debían llevar muchos días encendidas me permitían ver con notable claridad. Avancé con el arma cogida fuertemente con ambas manos y apuntando al suelo. El sudor me recorría la frente. Me acerqué a la ventanilla que se asomaban al hall y miré con sumo cuidado dentro. El zombie estaba agachado en la penumbra detrás del mostrador, posiblemente... posiblemente devorando la carne del joven de color. Asqueado por la idea me acerqué con rapidez a la puerta de las taquillas, ya que no me había visto. Por culpa de aquellas prisas fuí descuidado y pisé unos cristales del suelo, que resonaron en el silencio de la sala como si el sonido estuviera ampliado. Maldiciendo para mis adentros así el pomo de la puerta y conté hasta tres mentalmente para darme confianza. Abrí la puerta de golpe y apunté a la altura de cabeza de aquel asqueroso demonio, que tenia toda la boca y el pecho bañados en sangre. El adolescente tenía varios mordisco en el brazo. Aquel jodido monstruo reaccionó muy rápido y se puso de pié casi de un salto para abalanzarse sobre mi. Venciendo las nauseas de aquel espectáculo gore disparé varias veces.
O al menos eso intenté.
Acostumbrado cono estaba al revolver, había olvidado que aquél arma contaba con un seguro que yo no había quitado.

sábado, 29 de enero de 2011

Abandonar tu vida (3º parte)

   No me hubiesen visto, pero yo había llamado su atención pensando que seria más prudente para mi llamarlas desde lejos. Miré a mis espaldas. Mi única vía de escape estaba llena de carne putrefacta. No tenía salida en ninguna dirección.
      Miré desesperado en todas direcciones, tratando de encontrar alguna vía de escape. La puerta posterior de una trastienda, situada a mi izquierda parecía mi única opción. Corrí hacia la puerta y asié el pomo con fuerza, tratando de abrirla, pero era inútil. Por suerte la mitad superior de esta, tenía una cuadrado de vidrio grueso. Di un paso hacia atrás y le pegué una patada, todo lo fuerte que fui capaz. No se rompió. Toda la nuca me sudaba como si llevara horas haciendo deporte. Las dos niñas estaban a un par de metros, casi podías sentirlas. Golpeé por segunda vez sin éxito, pero en esta ocasión el cristal cedió en sus juntas con la puerta. A la tercera intentona el vidrio salió de su sitio como un fragmento único que se estrelló en el suelo por dentro de la tienda. Sin querer mirar atrás metí una pierna por el hueco, y en el instante en el que pretendía meter el resto del cuerpo y saltar, noté como me agarraban del pantalón unas manos pequeñas... las manos de una niña. Miré con el corazón completamete parado, como si no quisiese bombear sangre durante unas fracciones de segundo que me parecieron eternas. La mandíbula sin piel de aquella cosa se abrió para morderme, y no tuve más remedio que ponerle el cañón del revolver en la boca. Apreté los dientes para disparar en aquella cara horripilante, sacada de mis peores pesadillas, pero no pude. Introduje con fuerza el cañón el la boca de la niña para que no mordiera y tiré con fuerza hacia atrás, quitandomela de encima y haciendo que se cayera cobre su compañera, que también me hubiese agarrado, si no fuera porque intentaba hacerlo justo por donde la primera me tenia cogido. Casi de seguido salté dentro de la trastienda, perdí el equilibrio y me caí al suelo lleno de cristales, evitando que me dieran en la cara me incorporé rápido y me miré: tenia algunos pequeños cortes en la ropa, pero ni siquiera me había hecho ninguna herida, no obstante no tenia más luz que la que entraba desde fuera, y no podía verme bien, ni tampoco mi alrededor. Busqué un interruptor y encendí. La estancia era estrecha pero bastante larga, a los lados se amontonaban en estanterías productos comestibles y chucherías varias. Al fondo una puerta que comunicaba con la parte delantera de la tienda. Guardé el revolver en el pantalón y agarré una de la estanterías, arrastrándolas para tapar el hueco del cristal. Por suerte las estanterías no eran muy grandes y su parte trasera era na plancha de madera lisa, que tapaba perfectamente la ventana. Cuando acabé me senté en el suelo, alejado de los trozos de vidrio y resoplé. Algunas bolsas de patatas fritas se habían caído al suelo al mover el mueble, y yo hacia tiempo que comía muy poco, así que lo recogí del suelo, la abrí y empecé a comer, pero, no me era posible, seguía muy nervioso, y además tenia clavada en mis pupilas las caras de las niñas....
             Guarde un par de bolsas en mi mochila y me levante transcurridos pocos minutos. Ahora tenía que encontrar la manera de salir de allí, a una zona libre de zombies. Caminé por la estrecha trastienda hasta la puerta principal y cogí el pomo. Lo giré lentamente y cuando tenía una rendija abierta, miré al otro lado. La oscuridad más absoluta era lo único que podía ver, y un olor fuerte a ... ¿comida para perros? Un ladrido repentino cuyo origen era la oscuridad me asustó y cerré de un portazo. El sobresalto había sido tremendo, pero aún así, cuando habían pasado unos segundos comprendí que si el perro se encontrase en condiciones óptimas, habría ladrado mucho antes, y al abrir la puerta hubiese intentado salir, y yo no había notado ninguna presión. Volví a abrir, pero esta vez un poco más y silbé bajito. Otro ladrido me respondió desde la negrura. Abrí la puerta del todo, permitiendo que la luz a mis espaldas inundara la estancia. Delante mía tenía la parte principal de la tienda, con un mostrador rodeado de estanterías para las golosinas, los caramelos, patatas, etc.. y la puerta principal, bien cerrada y con la verja metálica puesta. A un lado, unas escaleras que subían al piso superior, y al otro,  un perro enorme que me miraba con la boca abierta y jadeante, rodeado de varios sacos de comida para perros y al menos tres garrafas de agua de varios litros. En ese momento me llegó, de golpe como un puñetazo inesperado, el olor de las heces. Aquel pobre animal debió de ser abandonado hacia un par de semanas, cuando llegaron a la ciudad las noticias de la catástrofe y aunque aún le quedaba comida, era un perro ya muy anciano, y tenia una buena montonera de sus necesidades alrededor suya. Parecía alguna especie de Mastín, muy mayor, que para colmo había sido abandonado, con lo cual, estaba tan triste y cansado que ni si quiera se mostraba agresivo conmigo. La verdad es que aquélla visión me afligió mucho. No sabia que hacer. Llevarlo conmigo era imposible y además dudo mucho que fuese a querer acompañarme. Y abandonarlo me parecía muy cruel. Pero tampoco podía sacrificarlo, ni tenia arrojos para ello ni podía permitirme el lujo de perder una bala en eso. Así me encontré en una encrucijada que me mantuvo pensativo varios minutos. Yo frente al perro mirándolo a los ojos. Mientras este me miraba, mezcla de curiosidad, mezcla de antipático pero sin rechistar. Finalmente tomé una decisión.

           Subí las escaleras que se hallaban en la parte principal de la tienda, para ver adonde conducían. Al final de ellas otra puerta. Agarré el pomo, y por suerte estaba abierta. Miré al otro lado y vi que conducía a las escaleras del bloque, las que te llevaban a los viviendas. Encendí la luz de las escaleras y miré detrás de mi una última vez: dejaría al perro tal y como estaba, no podía hacer nada por él, y aún que se me partía el alma por él, no me quedaba más remedio que hacer lo mismo que su dueño. Bajé las escaleras hasta el portal y me acerqué lentamente a este. Abrí la puerta de nuevo con cuidado y miré el exterior: solo había tres de aquellos monstruos y se encontraban bien lejos en la avenida. No me suponían ningún problema. Salí al exterior y comencé a caminar a paso ligero bien pegado a la pared para pasar lo más desapercibido posible. Cuando a penas había recorrido unos metros, sentí que algo venía hacia mi bastante rápido por mis espaldas. Me giré rápidamente pero demasiado tarde: estaba siendo encañonado por una pistola que sujetaba un chaval varios años menor que yo.

  

martes, 14 de diciembre de 2010

Abandonar tu vida (2º parte)

              Cogí las otras dos balas y me puse de pie. Escondiendo la pistola, caminé con paso rápido hasta el vestuario. Cogí el pomo de la puerta desando desaparecer de la vista. Giré el pomo y empujé. "¡Mierda! ¡No!" pensé en mis adentros. La puerta estaba totalmente cerrada. Miré al guarda que estaba en la entrada. En ese instante no me miraba. Seguro que tenían las puertas de los servicios cerrados durante la noche, no se con que motivo, pero tendría que solicitarle que quería entrar, y yo no podía hacer eso, iba a darse cuenta de algo ¿y si me había visto con Rodey? seguro que lo despertaría y entonces se acabó mi plan. Tenía que esperar a mañana si quería... en ese momento la puerta del servicio se abrió y un caballero con cara de adormilado me miró con la mano en el interruptor Yo le tapaba la salida.
- Oh, disculpa, pasa. No sabia que había alguien esperando. - Miré el suelo avergonzado e hice un gesto con la cabeza de asentimiento, entrando en el servicio cuando aquel hombre se apartó. Cerré la puerta desde dentro, llamandome idiota por lo tonto que había sido: sencillamente el baño estaba ocupado, pero aquellos días todo me parecía más complejo de lo que realmente era.
              Una vez dentro cerré el pequeño cerrojo y miré hacia el techo. Allí estaba, efectivamente, la rejilla pintada de blanco, para que no destacara, que se encargaba de renovar el aire de aquellos vestuarios. Cogí el banco más próximo y lo puse debajo. Seguidamente me dirigí a las taquillas metálicas que se usaban para dejar la ropa durante los entrenamiento y partidos, pero que ahora estaban siendo usadas para guardar pertenencias de forma segura, que no fueran excesivamente grandes. Saqué mi llave y abrí con cuidado la puerta, que chirrió levemente. Regí mis cosas, entre ellas una muda de ropa de calle preparada para ese momento (yo me había acostado en pijama para disimular), ropa oscura, con un gorro de lana y unos guantes. Cuando estuve listo, me subí al banco y examiné el respiradero. Hace algunos años la mayoría estaban sueltos, o si no lo estaban, mis amigos y yo nos encargábamos de ello pero lamentablemente el tiempo había pasado y ya se habían encargado de volver a ajustar aquellas entradas de aire. Metí los dedos por los huecos y aguante la respiración. Tensé los músculos y de un fuerte tirón saqué el enrrejillado. Por desgracia mis cálculos habían fallado: estaba convencido de que estaba más anclado, así que mi tirón provocó un ruido bastante fuerte, que en mi estado de nerviosismo provocó que encima, del susto, se me cayera al suelo aquella pieza metálica. Miré hacia la puerta muy nervioso, y sin tiempo para más me agarré a los bordes de aquel hueco. Me impulsé hacia arriba con tanto ímpetu que casi me golpeo con el techo del conducto. Empecé a reptar todo lo rápido que pude por aquel estrecho conducto. El trayecto se me hizo cortísimo. Enseguida llegué hasta la salida que se situaba encima del cuarto de mantenimiento, pero recorrí lo que me quedaba hasta la fachada primero. Miré por la salida de aire a la calle. La estampa del exterior era de soledad y tranquilidad: todo estaba desierto. Dos columnas de humo asomaban entre los rascacielos, o al menos eso creía, ya que la oscuridad de la noche me impedía tener certeza, y aunque la iluminación eléctrica funcionaba, todo estaba extrañamente oscuro y la imaginación podía estar jugandome una mala pasada. La imagen no era apocalíptica, pero si tenia un tono lúgubre. Al menos no había ningún zombie en la calle, eso era buena señal. Retrocedí hasta tocar de nuevo con las manos la salida del conducto que recogía el aire de la sala de limpieza. Empujé con las manos, ahora que ya tenía más calibrada la fuerza que tenía que emplear no formaría tanto ruido. Una vez sacada la rejilla, saqué mi móvil, el cual había dejado todo el día cargando, e iluminé delante de mi. Aquella habiatción parecía seguir teniendo la misma función, solo que ahora tenía un par de muebles más. Salté al suelo y me dirigí a la puerta. Dentro de mi sabía que el truco de la cerradura que no cerraba bien ya no me funcionaria, pero una vez habiendo llegado allí no me detendría. Además, el escandalo formado antes ya tendría de sobre aviso a los militares, que como mínimo me arrestarían si volvía atrás, así que no me andaría con muchos remilgos. Agarré el pomo de la puerta y comprobé, que efectivamente, estaba cerrada. Volví a intentarlo esta vez con un empujón más fuerte. No se abriría así. Retrocedí un par de pasos y le pegué un patada a la puerta, que esta vez sí se abrió de golpe, rompiéndose en parte la cerradura. Salí deprisa de allí, encajando la puerta a mis espaldas, pero no quería darle tiempo a posibles muertos vivientes a llegar atraidos por el escándolo. Recorrí a paso ligero la distancia que me separaba de la acera de enfrente y me pegué a la pared. Ya tenía la respiración agitada, la boca seca y el puso acelerado, y lo único que había echo era salir de aquel edificio. Al menos, si no regresaba nunca, Rodey estaría allí seguro, con todos aquellos militares, pero se que no me perdonaría nunca por irme así.
      
               Caminé hasta la esquina, y me asomé, como tantas veces se ve en las películas. Miré con mucho cuidado y lo que vi fue una plaza desierta. Yo había pasado por aquí decenas de veces en el pasado, mi casa no distaba más de cinco manzanas, así que podía decirse que este era el barrio donde me crié. Miré también las ventanas y balcones de los edificios. Todos estaban, o bien cerrados, o en completa oscuridad. Por unos segundos empecé a arrepentirme, porque la escena me provocaba inseguridad, pero en mi interior sabía que era peor quedarse atrás con la incertidumbre. Hasta el momento todo había ido tan deprisa que no había tenido tiempo ni de llorar o hacerme más preguntas de las justas, y quería que siguiese así, huir hacia delante era todo lo que se me ocurría. Saqué el revolver de mi bolsillo, junto con las dos balas. El cargador tenía espacio para seis balas. Tres que Rodey había introducido el día anterior más esas dos hacían cinco: tendría que conformarme. Crucé la plaza, que no era excesivamente grande, y me metí por una calle pequeña que  iba en paralelo al polideportivo y que terminaba en una larga avenida de rascacielos, el centro de la ciudad. Cuando alcancé el final de la callejuela me asomé... delante de mis ojos, justo lo que menos quería ver: al menos una veintena de aquellos monstruos se repartían entre los coches aparcados, o entre otros tantos que se hallaban en medio de la calzada abandonados a su suerte. Me escondí en las sombras que me proporcionaba mi posición. Los cristales de los escaparates cercanos estaban totalmente rotos y saqueados. Ene se instante un ruido llamó mi atención, y también la de aquellos seres, pues miraron en la misma dirección: el cielo. No había duda, se trataba de un helicóptero,. No me paré a saber si era militar, aproveché que todos los zombies estaban distraidos para salir a la carrera agachado por la acera hacia la izquierda, rezando porque todos aquellos diablos fueran tan lentos como los del motel. No puede evitar echar una mirada atrás. Todos aquellos seres presentaban heridas, la mayoría sangrantes, huesos a la vista, la mirada perdida... Todos llevaban la ropa del momento en que habían sido... "transformados". Claramente se distinguían un policía, dos bomberos, una ama de casa en pijama y.. un adolescente desnudo, entre otros, seguramente estaba dándose una ducha cuando todo se le vino encima... igual que yo, que simplemete estaba durmiendo, desando llegar a mi casa para pasar un agradable verano con mi familia cuando empezó aquella pesadilla, hace tan solo unos días... ¿Que demonios era todo aquello? ¿Alguna especia de castigo divino? ¿La autodestrucción del ser humano? ¿El siguiente salto evolutivo? Nosotros erradicábamos el entorno a nuestro antojo para que se adaptara a nosotros, no nosotros al entorno, como dictaba la naturaleza ¿acaso esta era su respuesta equivalente en rapidez y contundencia? Mis pensamientos se vieron interrumpidos con brusquedad cuando mi hombro y mi rodilla chocaron la puerta entreabierta de un coche, lo cual hizo saltar la alarma de este de inmediato. Todo por correr mirando detrás
- ¡Joder! - Grité para mi por el susto. Volví la vista de rápidamente hacia mis espaldas de nuevo. Todos y cada uno de aquellos seres se volvieron hacia mi, y sin pensárselo dos veces comenzaron a caminar hacia mi. Tendría que correr. Por suerte para mi, el resto de la avenida estaba desierto, y además era muy ancha, así que no tendría mayor problema en llegar a mi ca... de repente, de todas las bocacalles cercanas y lejanas a mi empezaron a surgir zombies, como si de una riada de carne muerta se tratase. Todos con aquellos pasos lentos pero inexorables. Miré lo que me rodeaba con desesperación, la adrenalina me recorría el torrente sanguíneo. A mi izquierda una serie de portales  de un bloque de viviendas. Al otro lado de la calle una tienda de electrodomésticos, así como un callejón a su lateral. Si no recordaba mal y los nervios no me jugaban una mala pasada, no era un callejón sin salida. Lo más sensato no era coger aquel camino: dentro del callejón podía haber más zombies, pero no era mi momento de mayor lucidez precisamente. Corrí más rápido de lo que nunca imaginé. Enfoqué la callejuela y observe que estaba muy oscura. Corrí y corrí internándome cada vez más hasta que vislumbré una tapia de un metro y medio, hecha de ladrillo. Me impulsé con una mano y la salté, un par de metros más allá terminaba bruscamente el corredor, acabando en una nueva plaza, pequeña y sin salida, casi un patio interior de aquel bloque de viviendas que lo rodeaban, con un parque infantil en medio que contaba con el característico rectángulo de arena más columpios, y allí en medio justo de la arena, lo que parecían dos niñas de espaldas a mi, una de ellas agachada, tal vez escarbando en el suelo. No podía hablar, como siempre. Mi enfermedad no distinguía de edad, sexo o religión. Así que opté por zapatear en el suelo para llamar la atención de las niñas en caso de que pudiesen oírme. Las dos se giraron rápidamente hacia mi. Casi me caigo de espaldas de la impresión de lo que vi, que aún hoy día me provoca terribles pesadillas: ninguna de las niñas tenia rostro, toda la carne de su cara había sido arrancada de cuajo, dejando solo a la vista el cráneo, lleno se sangre seca. Ni tan siquiera tenían ojos. No me hubiesen visto, pero yo había llamado su atención pensando que seria más prudente para mi llamarlas desde lejos. Miré a mis espaldas. Mi única vía de escape estaba llena de carne putrefacta. No tenía salida en ninguna dirección.
                    [Continuará]

jueves, 2 de diciembre de 2010

Abandonar tu vida.

- ¿Donde están mis padres? - interrumpí a mi amigo. Rodey se quedó con la palabra en al boca. Dejó de andar y me miró con gesto de preocupación.
- Espera, tengo que contártelo todo, desde el principio. Ten paciencia.- Su ceño fruncido me preocupó sobremanera, pero cerré los ojos y suspiré. Me temía lo peor. Asentí con la cabeza en señal de que narrase lo sucedido. Nos acercamos a unos bancos del graderío y nos sentamos.
- Bueno, cuando caíste inconsciente en el coche Mónica empezó a conducir, en principio solo por huir de aquel sitio infernal, asustada y confusa. Así que cuando yo recuperé la consciencia vi que estábamos en dirección contraria, justo en sentido opuesto a Hammond. En principio me asusté bastante, no sabía donde estaba ni que pasaba, me desperté gritando y por poco provoco un accidente. Pasado ese sobresalto inicial me aseguré de que estabas bien y paramos, me puse yo de copiloto y a ti te tumbé en la parte posterior para que te repusieras. Le indiqué por donde debíamos ir para llegar a Hammond. Mónica también venía originalmente hacia aquí, pero pero la verdad, no le pregunté con que motivo. Por el camino he llamado a mi familia, están bien, lo que pasó en el motel parecía un hecho aislado, pero pronto comprendí que no. Lo que quedaba de trayecto nos ocupó el día entero, por lo que llegamos al anochecer. Por el camino vimos numerosos accidentes de trafico, y lo peor de todo: más... más de aquellas cosas. - Rodey tuvo que hacer una pausa, los ojos se le bañaron en lágrimas. Yo siempre había tenido a mi compañero de habitación universitaria por alguien fuerte animicamente, pero esta situación, esta pesadilla sobrepasa a cualquiera. - Estaban en la carretera, eran los inquilinos del motel. Algunos de ellos habían "resucitado" por el camino, en el coche. Se quedaban en medio de la calzada de pie y eso provocaba accidentes, se metían en los coches estrellados y trataban de comerse a los ocupantes, vimos varios coches de policía, y conforme pasaba el día el caos era mayor. Cada pocos kilómetros una nueva retención provocada por esos... zombies. La gente gritaba y no se como conseguimos esquivar todo aquello.. - Dejé de escuchar a Rodey unos segundos: me temblaban las piernas y el corazón me latía con fuerza. Oír a mi amigo decir la palabra "zombie" hacia que se me echara el mundo encima, una cosa era pensarlo yo, pero que incluso él lo aceptase ya, lo hacia más palpable, más real. Más terrorífico. - .. empecé a tener miedo por ti, no despertabas después de tantas horas. No obstante me alegré de ver por fin la ciudad. No sabia exactamente donde estaba tu casa, así que cogí la cartera de tu mochila para ver la dirección. Sé que la llevas apuntada ahí con tus datos y teléfono por si algún día estas en un apuro y no puedes comunicarte con alguien por tu mutismo. Mónica parecía conocer un poco la ciudad y no le costó llegar hasta la dirección. Por suerte los zombies no habían llegado hasta Hammond, pero si las noticias, por ello se había formado cierto revuelo, y en la radio no se hablaba de otra cosa. Al llegar a tu casa, te cogí en volandas para entrar. Suponía que tus padres se asustarían al verte así pero tenía que hacerlo. Mónica abrió, pero... la casa estaba vacía. Te dejé en tu cama y buscamos por todos los cuartos, e incluso pretendía salir a mirar en las calles cercanas pero, no quería dejar sola a Mónica ni ella quería que me fuese - Rodey se ruborizó - El caso es que apenas llevábamos veinte minutos en tu casa cuando todo comenzó a temblar. Todo comenzó a moverse con fuerza, los muebles se caían y se escucharon gritos. No sabía que hacer, pero por suerte acabó rápido. Se trataba de un simple (entre comillas) terremoto, pero tantas emociones fuertes una detrás de otra me estaban dejando sin fuerzas, y también es casualidad, justo en ese momento un terrremoto, joder... A los pocos minutos  un coche policial barría las calles advirtiendo que nuevos movimientos sísmicos similares llegarían en pocos minutos e instaba a los ciudadanos que así lo quisiesen a venir al refugio preventivo de huracanes y terremotos más cercano. No se porqué me decidí a venir aquí la verdad. Lo cierto es que me encontraba incomodo en tu casa, sin sus dueños y tal. Mónica me dijo que si yo me quedaba contigo en el polideportivo ella tendría que irse a resolver lo que había venido a hacer en la ciudad. Y bueno nos despedimos. - Rodey volvió a sonrojarse y yo le pregunté, como movido por un resorte
- ¿Os besasteis?
- ... Bueno, la verdad es que sí -
No era el momento ni lo que debía preocuparme, pero una de calor recorrió mi cuerpo desde dentro: los celos. No tenía ningún derecho, yo la dejé en su piso cuando ella me pidió ayuda, pero aún así... No sabia que pensar.
- Tengo que buscarlos - Le dije.
- ¿A tus padres? No, no podemos. Estamos aquí encerrados "por nuestra propia seguridad". Cuando llegamos al refugio solo había una decena de personas, un puñado de polis y poco más. La doctora podía atenderte casi en exclusiva a ti, pero dos días después... -
- ¡Espera! ¿Dos días después? ¿Cuanto tiempo llevo dormido? - Interrumpí a Rodey sorprendido.
- ..Eh, pues cinco días contando el día de viaje. - Abrí los ojos fruto de la sorpresa. Lo cierto es que me encontraba débil por la falta de alimentación, pero a la vez totalmente recuperado de mis contusiones y de mis oídos. Pero para mi solo habían pasado unas horas en la inconsciencia.
- En fin, cuando llegaron los infectados a la ciudad, al segundo día de estar nosotros aquí, fuera se desató el caos, empezaron a sonar muchos disparos y a llegar mucha gente. Tuvimos que sacarte de la "enfermería" que la ampliaron como está ahora. Ayer llegaron los militares y el FBI, montaron aquella tiendo y ya nadie puede entrar o salir de aquí. - Concluyó Rodey. Miré en dirección a la salida. Efectivamente, la tienda de campaña de color verde oscuro custodiaba la puerta y a judgar por las familias que se amontonaban frente al militar de la puerta, y por los retazos de gritos que se escuchaban, muchas familias querían salir a buscar algún ser querido dejado atrás. Pronto salieron más militares de la tienda y comenzaron a empujar y aguantar a los desolados ciudadanos que pretendían salir.
- ¿Tienes el revolver? - le pregunté a Rodey volviendo la cabeza hacia él.
- Sí, pero... no tío, no. Es peligroso, aquellas cosas estás allá fuera. Cuando el gobierno acabe con la amenaza podremos salir, no tardaran muchos días más, a lo sumo tres, como nos aseguraron ayer. -
- Sí, pero dime una cosa, ¿que es lo que han dicho exactamente que hay fuera? -
- Pues.. una plaga, una plaga de gripe altamente peligrosa y riesgo de terremotos. -
- ¿Por que no han dicho que la gente se muere, se levanta y se comen vivos a los demás? ¿Crees de verdad que van a decir algo sincero, para provocar pánico y caos? Si mi familia está ahí fuera a merced de esos monstruos quiero saber si están vivos o no, y evidentemente, ellos no van a decirme nada. Estarán más preocupados de saber que carajo pasa y como les afectará economicamente como país...
- Ssssh baja la voz, si te oye alguien seras tu el que provoque más miedo entre esta gente. - Me reprochó Rodey. - Y puede que tengas toda la razón pero no puedes salir, por tu propio bien, y por que esa gente no va a dejarte. - En eso también estábamos de acuerdo, pero lo que Rodey no sabía es que yo conocía una manera de salir del recinto. Hace algunos años mis compañeros de equipo y yo nos colábamos en el polideportivo para aprovechar el terreno, incluso en ciertas ocasiones en las que este permanecía cerrado (algunas veces urante la noche). Para hacerlo, aprovechábamos una puerta de mantenimiento que nunca cerraba bien. Con un fuerte tirón podía abrirse, dentro, solo algunos utensilios de limpieza, pero existía un conducto de ventilación que terminaba en la fachada exterior por encima del cuarto. Para acceder a él entrábamos en el habitáculo, cerrábamos las puertas y quitábamos el falso techo para acceder al respiradero, muy amplio eso si. Teníamos que entrar desde el "cuarto de la limpieza" porque nos quedaba demasiado alta la salida del tubo en la fachada externa. Ya una vez recorridos unos metros del tubo, solo había que ascender por una de las múltiples salidas que daban al interior, bien a los vestuarios, bien a los propias pistas deportivas. De hecho en ese mimo momento solo tenía que mirar hacia la pared y ver las rejillas. Lo cierto es que ahora yo era algo más alto y ancho, ya no era un chaval de 15 años, pero cabría. Esperaría hasta el anochecer, cogería de nuevo una mochila con lo necesario, llegaría a la ventilación desde los vestuarios y saldría a buscar a mi familia. Lo cierto es que no podía meter en algo así a Rodey, era demasiado peligroso, pero me hubiese sentido mejor si él viniese.
- Tengo un par de cosas que hacer. ¿Qué cogiste de mi casa? - le pregunté a Rodey.

      Por suerte para mi, Rodey había traído varias cosas útiles, entre ellas las maletas con mis cosas de la universidad. Pude hacer una mochila con una botella de agua, un cuchillo, comida al menos para dos días (yo creía que sería más que suficiente), las llaves, el móvil, la cartera con 100 dólares, una muda de ropa y lo más importante, recién salidos de mis maletas de la universidad: unos tapones para los oídos que usaba cuando estudiaba. Me serían altamente útiles para los gritos de los zombies. Por otra part,e pude ducharme y cambiarme de ropa. En el bolsillo del pantalón tenía ese extraño frasco de pastillas. El caso es que era demasiado subrealista que unas pastillas hubiesen provocado todo aquello.. Por si acaso, lo guardé también en la mochila. Todo esto tuve que hacerlo casi a escondidas, porque sabía que Rodey me impediría salir, o peor aún, querría acompañarme. Esperé el resto del día, ni me acerqué a los médicos a pesar de que suponía que tenía que ir al meno dos veces al día durante al menos las próxima cuarenta y ocho horas. Por fin la noche hizo acto de presencia en el polideportivo. Media docena de pequeñas luces eléctricas se encendieron. Noté que eran lo suficientemente tenues como para que la luz no llegara a los altos ventanales y no se viera la iluminación desde fuera. El frió me provocó un escalofrío. Antes de irme tenía que coger el revolver de Rodey.
          
                Le dí las buenas noches con un gesto aproximadamente a las once de la noche,me tumbé y esperé una hora. Aún quedaban algunos grupitos hablando pero lejos de mi. Toda la gente de mi alrededor estaba durmiendo. Me puse de pie y miré hacia la puerta principal. Uno de los dos militares miró en mi dirección. Yo fingía que me dirigía a orinar al baño, donde previamente había dejado escondida la mochila. Pasé por delante de donde Rodey dormía (casualmente al lado de donde tenían sus "camas" un grupo de estudiantes, la mayoría chicas). Eché un vistazo rápido a sus pertenencias. Observé lo que parecía la pistola en el bolsillo de una de sus maletas. Me agaché y con un gesto rápido pero firme abrí el bolsillo, haciendo un ruido que me pareció excesivo. Estaba un poco nervioso y me parecía tener al soldado con la mirada clavada en la nuca. Saqué el revolver y tres balas calleron al colchón de Rodey. Al parecer él había cargado el arma con tres balas y las restantes las tenía en ese mismo bolsillo para terminar por la mañana. Las balas rodaron por el colchón y una de ellas llegó hasta su brazo. Aguanté la respiración unos segundos. Arrugó la nariz pero no se despertó. Cogí las otras dos balas y me puse de pie. Escondiendo la pistola, caminé con paso rápido hasta el vestuario. Cogí el pomo de la puerta desando desaparecer de la vista. Giré el pomo y empujé. "¡Mierda! ¡No!" pensé en mis adentros. La puerta estaba totalmente cerrada.