sábado, 29 de enero de 2011

Abandonar tu vida (3º parte)

   No me hubiesen visto, pero yo había llamado su atención pensando que seria más prudente para mi llamarlas desde lejos. Miré a mis espaldas. Mi única vía de escape estaba llena de carne putrefacta. No tenía salida en ninguna dirección.
      Miré desesperado en todas direcciones, tratando de encontrar alguna vía de escape. La puerta posterior de una trastienda, situada a mi izquierda parecía mi única opción. Corrí hacia la puerta y asié el pomo con fuerza, tratando de abrirla, pero era inútil. Por suerte la mitad superior de esta, tenía una cuadrado de vidrio grueso. Di un paso hacia atrás y le pegué una patada, todo lo fuerte que fui capaz. No se rompió. Toda la nuca me sudaba como si llevara horas haciendo deporte. Las dos niñas estaban a un par de metros, casi podías sentirlas. Golpeé por segunda vez sin éxito, pero en esta ocasión el cristal cedió en sus juntas con la puerta. A la tercera intentona el vidrio salió de su sitio como un fragmento único que se estrelló en el suelo por dentro de la tienda. Sin querer mirar atrás metí una pierna por el hueco, y en el instante en el que pretendía meter el resto del cuerpo y saltar, noté como me agarraban del pantalón unas manos pequeñas... las manos de una niña. Miré con el corazón completamete parado, como si no quisiese bombear sangre durante unas fracciones de segundo que me parecieron eternas. La mandíbula sin piel de aquella cosa se abrió para morderme, y no tuve más remedio que ponerle el cañón del revolver en la boca. Apreté los dientes para disparar en aquella cara horripilante, sacada de mis peores pesadillas, pero no pude. Introduje con fuerza el cañón el la boca de la niña para que no mordiera y tiré con fuerza hacia atrás, quitandomela de encima y haciendo que se cayera cobre su compañera, que también me hubiese agarrado, si no fuera porque intentaba hacerlo justo por donde la primera me tenia cogido. Casi de seguido salté dentro de la trastienda, perdí el equilibrio y me caí al suelo lleno de cristales, evitando que me dieran en la cara me incorporé rápido y me miré: tenia algunos pequeños cortes en la ropa, pero ni siquiera me había hecho ninguna herida, no obstante no tenia más luz que la que entraba desde fuera, y no podía verme bien, ni tampoco mi alrededor. Busqué un interruptor y encendí. La estancia era estrecha pero bastante larga, a los lados se amontonaban en estanterías productos comestibles y chucherías varias. Al fondo una puerta que comunicaba con la parte delantera de la tienda. Guardé el revolver en el pantalón y agarré una de la estanterías, arrastrándolas para tapar el hueco del cristal. Por suerte las estanterías no eran muy grandes y su parte trasera era na plancha de madera lisa, que tapaba perfectamente la ventana. Cuando acabé me senté en el suelo, alejado de los trozos de vidrio y resoplé. Algunas bolsas de patatas fritas se habían caído al suelo al mover el mueble, y yo hacia tiempo que comía muy poco, así que lo recogí del suelo, la abrí y empecé a comer, pero, no me era posible, seguía muy nervioso, y además tenia clavada en mis pupilas las caras de las niñas....
             Guarde un par de bolsas en mi mochila y me levante transcurridos pocos minutos. Ahora tenía que encontrar la manera de salir de allí, a una zona libre de zombies. Caminé por la estrecha trastienda hasta la puerta principal y cogí el pomo. Lo giré lentamente y cuando tenía una rendija abierta, miré al otro lado. La oscuridad más absoluta era lo único que podía ver, y un olor fuerte a ... ¿comida para perros? Un ladrido repentino cuyo origen era la oscuridad me asustó y cerré de un portazo. El sobresalto había sido tremendo, pero aún así, cuando habían pasado unos segundos comprendí que si el perro se encontrase en condiciones óptimas, habría ladrado mucho antes, y al abrir la puerta hubiese intentado salir, y yo no había notado ninguna presión. Volví a abrir, pero esta vez un poco más y silbé bajito. Otro ladrido me respondió desde la negrura. Abrí la puerta del todo, permitiendo que la luz a mis espaldas inundara la estancia. Delante mía tenía la parte principal de la tienda, con un mostrador rodeado de estanterías para las golosinas, los caramelos, patatas, etc.. y la puerta principal, bien cerrada y con la verja metálica puesta. A un lado, unas escaleras que subían al piso superior, y al otro,  un perro enorme que me miraba con la boca abierta y jadeante, rodeado de varios sacos de comida para perros y al menos tres garrafas de agua de varios litros. En ese momento me llegó, de golpe como un puñetazo inesperado, el olor de las heces. Aquel pobre animal debió de ser abandonado hacia un par de semanas, cuando llegaron a la ciudad las noticias de la catástrofe y aunque aún le quedaba comida, era un perro ya muy anciano, y tenia una buena montonera de sus necesidades alrededor suya. Parecía alguna especie de Mastín, muy mayor, que para colmo había sido abandonado, con lo cual, estaba tan triste y cansado que ni si quiera se mostraba agresivo conmigo. La verdad es que aquélla visión me afligió mucho. No sabia que hacer. Llevarlo conmigo era imposible y además dudo mucho que fuese a querer acompañarme. Y abandonarlo me parecía muy cruel. Pero tampoco podía sacrificarlo, ni tenia arrojos para ello ni podía permitirme el lujo de perder una bala en eso. Así me encontré en una encrucijada que me mantuvo pensativo varios minutos. Yo frente al perro mirándolo a los ojos. Mientras este me miraba, mezcla de curiosidad, mezcla de antipático pero sin rechistar. Finalmente tomé una decisión.

           Subí las escaleras que se hallaban en la parte principal de la tienda, para ver adonde conducían. Al final de ellas otra puerta. Agarré el pomo, y por suerte estaba abierta. Miré al otro lado y vi que conducía a las escaleras del bloque, las que te llevaban a los viviendas. Encendí la luz de las escaleras y miré detrás de mi una última vez: dejaría al perro tal y como estaba, no podía hacer nada por él, y aún que se me partía el alma por él, no me quedaba más remedio que hacer lo mismo que su dueño. Bajé las escaleras hasta el portal y me acerqué lentamente a este. Abrí la puerta de nuevo con cuidado y miré el exterior: solo había tres de aquellos monstruos y se encontraban bien lejos en la avenida. No me suponían ningún problema. Salí al exterior y comencé a caminar a paso ligero bien pegado a la pared para pasar lo más desapercibido posible. Cuando a penas había recorrido unos metros, sentí que algo venía hacia mi bastante rápido por mis espaldas. Me giré rápidamente pero demasiado tarde: estaba siendo encañonado por una pistola que sujetaba un chaval varios años menor que yo.