martes, 14 de diciembre de 2010

Abandonar tu vida (2º parte)

              Cogí las otras dos balas y me puse de pie. Escondiendo la pistola, caminé con paso rápido hasta el vestuario. Cogí el pomo de la puerta desando desaparecer de la vista. Giré el pomo y empujé. "¡Mierda! ¡No!" pensé en mis adentros. La puerta estaba totalmente cerrada. Miré al guarda que estaba en la entrada. En ese instante no me miraba. Seguro que tenían las puertas de los servicios cerrados durante la noche, no se con que motivo, pero tendría que solicitarle que quería entrar, y yo no podía hacer eso, iba a darse cuenta de algo ¿y si me había visto con Rodey? seguro que lo despertaría y entonces se acabó mi plan. Tenía que esperar a mañana si quería... en ese momento la puerta del servicio se abrió y un caballero con cara de adormilado me miró con la mano en el interruptor Yo le tapaba la salida.
- Oh, disculpa, pasa. No sabia que había alguien esperando. - Miré el suelo avergonzado e hice un gesto con la cabeza de asentimiento, entrando en el servicio cuando aquel hombre se apartó. Cerré la puerta desde dentro, llamandome idiota por lo tonto que había sido: sencillamente el baño estaba ocupado, pero aquellos días todo me parecía más complejo de lo que realmente era.
              Una vez dentro cerré el pequeño cerrojo y miré hacia el techo. Allí estaba, efectivamente, la rejilla pintada de blanco, para que no destacara, que se encargaba de renovar el aire de aquellos vestuarios. Cogí el banco más próximo y lo puse debajo. Seguidamente me dirigí a las taquillas metálicas que se usaban para dejar la ropa durante los entrenamiento y partidos, pero que ahora estaban siendo usadas para guardar pertenencias de forma segura, que no fueran excesivamente grandes. Saqué mi llave y abrí con cuidado la puerta, que chirrió levemente. Regí mis cosas, entre ellas una muda de ropa de calle preparada para ese momento (yo me había acostado en pijama para disimular), ropa oscura, con un gorro de lana y unos guantes. Cuando estuve listo, me subí al banco y examiné el respiradero. Hace algunos años la mayoría estaban sueltos, o si no lo estaban, mis amigos y yo nos encargábamos de ello pero lamentablemente el tiempo había pasado y ya se habían encargado de volver a ajustar aquellas entradas de aire. Metí los dedos por los huecos y aguante la respiración. Tensé los músculos y de un fuerte tirón saqué el enrrejillado. Por desgracia mis cálculos habían fallado: estaba convencido de que estaba más anclado, así que mi tirón provocó un ruido bastante fuerte, que en mi estado de nerviosismo provocó que encima, del susto, se me cayera al suelo aquella pieza metálica. Miré hacia la puerta muy nervioso, y sin tiempo para más me agarré a los bordes de aquel hueco. Me impulsé hacia arriba con tanto ímpetu que casi me golpeo con el techo del conducto. Empecé a reptar todo lo rápido que pude por aquel estrecho conducto. El trayecto se me hizo cortísimo. Enseguida llegué hasta la salida que se situaba encima del cuarto de mantenimiento, pero recorrí lo que me quedaba hasta la fachada primero. Miré por la salida de aire a la calle. La estampa del exterior era de soledad y tranquilidad: todo estaba desierto. Dos columnas de humo asomaban entre los rascacielos, o al menos eso creía, ya que la oscuridad de la noche me impedía tener certeza, y aunque la iluminación eléctrica funcionaba, todo estaba extrañamente oscuro y la imaginación podía estar jugandome una mala pasada. La imagen no era apocalíptica, pero si tenia un tono lúgubre. Al menos no había ningún zombie en la calle, eso era buena señal. Retrocedí hasta tocar de nuevo con las manos la salida del conducto que recogía el aire de la sala de limpieza. Empujé con las manos, ahora que ya tenía más calibrada la fuerza que tenía que emplear no formaría tanto ruido. Una vez sacada la rejilla, saqué mi móvil, el cual había dejado todo el día cargando, e iluminé delante de mi. Aquella habiatción parecía seguir teniendo la misma función, solo que ahora tenía un par de muebles más. Salté al suelo y me dirigí a la puerta. Dentro de mi sabía que el truco de la cerradura que no cerraba bien ya no me funcionaria, pero una vez habiendo llegado allí no me detendría. Además, el escandalo formado antes ya tendría de sobre aviso a los militares, que como mínimo me arrestarían si volvía atrás, así que no me andaría con muchos remilgos. Agarré el pomo de la puerta y comprobé, que efectivamente, estaba cerrada. Volví a intentarlo esta vez con un empujón más fuerte. No se abriría así. Retrocedí un par de pasos y le pegué un patada a la puerta, que esta vez sí se abrió de golpe, rompiéndose en parte la cerradura. Salí deprisa de allí, encajando la puerta a mis espaldas, pero no quería darle tiempo a posibles muertos vivientes a llegar atraidos por el escándolo. Recorrí a paso ligero la distancia que me separaba de la acera de enfrente y me pegué a la pared. Ya tenía la respiración agitada, la boca seca y el puso acelerado, y lo único que había echo era salir de aquel edificio. Al menos, si no regresaba nunca, Rodey estaría allí seguro, con todos aquellos militares, pero se que no me perdonaría nunca por irme así.
      
               Caminé hasta la esquina, y me asomé, como tantas veces se ve en las películas. Miré con mucho cuidado y lo que vi fue una plaza desierta. Yo había pasado por aquí decenas de veces en el pasado, mi casa no distaba más de cinco manzanas, así que podía decirse que este era el barrio donde me crié. Miré también las ventanas y balcones de los edificios. Todos estaban, o bien cerrados, o en completa oscuridad. Por unos segundos empecé a arrepentirme, porque la escena me provocaba inseguridad, pero en mi interior sabía que era peor quedarse atrás con la incertidumbre. Hasta el momento todo había ido tan deprisa que no había tenido tiempo ni de llorar o hacerme más preguntas de las justas, y quería que siguiese así, huir hacia delante era todo lo que se me ocurría. Saqué el revolver de mi bolsillo, junto con las dos balas. El cargador tenía espacio para seis balas. Tres que Rodey había introducido el día anterior más esas dos hacían cinco: tendría que conformarme. Crucé la plaza, que no era excesivamente grande, y me metí por una calle pequeña que  iba en paralelo al polideportivo y que terminaba en una larga avenida de rascacielos, el centro de la ciudad. Cuando alcancé el final de la callejuela me asomé... delante de mis ojos, justo lo que menos quería ver: al menos una veintena de aquellos monstruos se repartían entre los coches aparcados, o entre otros tantos que se hallaban en medio de la calzada abandonados a su suerte. Me escondí en las sombras que me proporcionaba mi posición. Los cristales de los escaparates cercanos estaban totalmente rotos y saqueados. Ene se instante un ruido llamó mi atención, y también la de aquellos seres, pues miraron en la misma dirección: el cielo. No había duda, se trataba de un helicóptero,. No me paré a saber si era militar, aproveché que todos los zombies estaban distraidos para salir a la carrera agachado por la acera hacia la izquierda, rezando porque todos aquellos diablos fueran tan lentos como los del motel. No puede evitar echar una mirada atrás. Todos aquellos seres presentaban heridas, la mayoría sangrantes, huesos a la vista, la mirada perdida... Todos llevaban la ropa del momento en que habían sido... "transformados". Claramente se distinguían un policía, dos bomberos, una ama de casa en pijama y.. un adolescente desnudo, entre otros, seguramente estaba dándose una ducha cuando todo se le vino encima... igual que yo, que simplemete estaba durmiendo, desando llegar a mi casa para pasar un agradable verano con mi familia cuando empezó aquella pesadilla, hace tan solo unos días... ¿Que demonios era todo aquello? ¿Alguna especia de castigo divino? ¿La autodestrucción del ser humano? ¿El siguiente salto evolutivo? Nosotros erradicábamos el entorno a nuestro antojo para que se adaptara a nosotros, no nosotros al entorno, como dictaba la naturaleza ¿acaso esta era su respuesta equivalente en rapidez y contundencia? Mis pensamientos se vieron interrumpidos con brusquedad cuando mi hombro y mi rodilla chocaron la puerta entreabierta de un coche, lo cual hizo saltar la alarma de este de inmediato. Todo por correr mirando detrás
- ¡Joder! - Grité para mi por el susto. Volví la vista de rápidamente hacia mis espaldas de nuevo. Todos y cada uno de aquellos seres se volvieron hacia mi, y sin pensárselo dos veces comenzaron a caminar hacia mi. Tendría que correr. Por suerte para mi, el resto de la avenida estaba desierto, y además era muy ancha, así que no tendría mayor problema en llegar a mi ca... de repente, de todas las bocacalles cercanas y lejanas a mi empezaron a surgir zombies, como si de una riada de carne muerta se tratase. Todos con aquellos pasos lentos pero inexorables. Miré lo que me rodeaba con desesperación, la adrenalina me recorría el torrente sanguíneo. A mi izquierda una serie de portales  de un bloque de viviendas. Al otro lado de la calle una tienda de electrodomésticos, así como un callejón a su lateral. Si no recordaba mal y los nervios no me jugaban una mala pasada, no era un callejón sin salida. Lo más sensato no era coger aquel camino: dentro del callejón podía haber más zombies, pero no era mi momento de mayor lucidez precisamente. Corrí más rápido de lo que nunca imaginé. Enfoqué la callejuela y observe que estaba muy oscura. Corrí y corrí internándome cada vez más hasta que vislumbré una tapia de un metro y medio, hecha de ladrillo. Me impulsé con una mano y la salté, un par de metros más allá terminaba bruscamente el corredor, acabando en una nueva plaza, pequeña y sin salida, casi un patio interior de aquel bloque de viviendas que lo rodeaban, con un parque infantil en medio que contaba con el característico rectángulo de arena más columpios, y allí en medio justo de la arena, lo que parecían dos niñas de espaldas a mi, una de ellas agachada, tal vez escarbando en el suelo. No podía hablar, como siempre. Mi enfermedad no distinguía de edad, sexo o religión. Así que opté por zapatear en el suelo para llamar la atención de las niñas en caso de que pudiesen oírme. Las dos se giraron rápidamente hacia mi. Casi me caigo de espaldas de la impresión de lo que vi, que aún hoy día me provoca terribles pesadillas: ninguna de las niñas tenia rostro, toda la carne de su cara había sido arrancada de cuajo, dejando solo a la vista el cráneo, lleno se sangre seca. Ni tan siquiera tenían ojos. No me hubiesen visto, pero yo había llamado su atención pensando que seria más prudente para mi llamarlas desde lejos. Miré a mis espaldas. Mi única vía de escape estaba llena de carne putrefacta. No tenía salida en ninguna dirección.
                    [Continuará]

jueves, 2 de diciembre de 2010

Abandonar tu vida.

- ¿Donde están mis padres? - interrumpí a mi amigo. Rodey se quedó con la palabra en al boca. Dejó de andar y me miró con gesto de preocupación.
- Espera, tengo que contártelo todo, desde el principio. Ten paciencia.- Su ceño fruncido me preocupó sobremanera, pero cerré los ojos y suspiré. Me temía lo peor. Asentí con la cabeza en señal de que narrase lo sucedido. Nos acercamos a unos bancos del graderío y nos sentamos.
- Bueno, cuando caíste inconsciente en el coche Mónica empezó a conducir, en principio solo por huir de aquel sitio infernal, asustada y confusa. Así que cuando yo recuperé la consciencia vi que estábamos en dirección contraria, justo en sentido opuesto a Hammond. En principio me asusté bastante, no sabía donde estaba ni que pasaba, me desperté gritando y por poco provoco un accidente. Pasado ese sobresalto inicial me aseguré de que estabas bien y paramos, me puse yo de copiloto y a ti te tumbé en la parte posterior para que te repusieras. Le indiqué por donde debíamos ir para llegar a Hammond. Mónica también venía originalmente hacia aquí, pero pero la verdad, no le pregunté con que motivo. Por el camino he llamado a mi familia, están bien, lo que pasó en el motel parecía un hecho aislado, pero pronto comprendí que no. Lo que quedaba de trayecto nos ocupó el día entero, por lo que llegamos al anochecer. Por el camino vimos numerosos accidentes de trafico, y lo peor de todo: más... más de aquellas cosas. - Rodey tuvo que hacer una pausa, los ojos se le bañaron en lágrimas. Yo siempre había tenido a mi compañero de habitación universitaria por alguien fuerte animicamente, pero esta situación, esta pesadilla sobrepasa a cualquiera. - Estaban en la carretera, eran los inquilinos del motel. Algunos de ellos habían "resucitado" por el camino, en el coche. Se quedaban en medio de la calzada de pie y eso provocaba accidentes, se metían en los coches estrellados y trataban de comerse a los ocupantes, vimos varios coches de policía, y conforme pasaba el día el caos era mayor. Cada pocos kilómetros una nueva retención provocada por esos... zombies. La gente gritaba y no se como conseguimos esquivar todo aquello.. - Dejé de escuchar a Rodey unos segundos: me temblaban las piernas y el corazón me latía con fuerza. Oír a mi amigo decir la palabra "zombie" hacia que se me echara el mundo encima, una cosa era pensarlo yo, pero que incluso él lo aceptase ya, lo hacia más palpable, más real. Más terrorífico. - .. empecé a tener miedo por ti, no despertabas después de tantas horas. No obstante me alegré de ver por fin la ciudad. No sabia exactamente donde estaba tu casa, así que cogí la cartera de tu mochila para ver la dirección. Sé que la llevas apuntada ahí con tus datos y teléfono por si algún día estas en un apuro y no puedes comunicarte con alguien por tu mutismo. Mónica parecía conocer un poco la ciudad y no le costó llegar hasta la dirección. Por suerte los zombies no habían llegado hasta Hammond, pero si las noticias, por ello se había formado cierto revuelo, y en la radio no se hablaba de otra cosa. Al llegar a tu casa, te cogí en volandas para entrar. Suponía que tus padres se asustarían al verte así pero tenía que hacerlo. Mónica abrió, pero... la casa estaba vacía. Te dejé en tu cama y buscamos por todos los cuartos, e incluso pretendía salir a mirar en las calles cercanas pero, no quería dejar sola a Mónica ni ella quería que me fuese - Rodey se ruborizó - El caso es que apenas llevábamos veinte minutos en tu casa cuando todo comenzó a temblar. Todo comenzó a moverse con fuerza, los muebles se caían y se escucharon gritos. No sabía que hacer, pero por suerte acabó rápido. Se trataba de un simple (entre comillas) terremoto, pero tantas emociones fuertes una detrás de otra me estaban dejando sin fuerzas, y también es casualidad, justo en ese momento un terrremoto, joder... A los pocos minutos  un coche policial barría las calles advirtiendo que nuevos movimientos sísmicos similares llegarían en pocos minutos e instaba a los ciudadanos que así lo quisiesen a venir al refugio preventivo de huracanes y terremotos más cercano. No se porqué me decidí a venir aquí la verdad. Lo cierto es que me encontraba incomodo en tu casa, sin sus dueños y tal. Mónica me dijo que si yo me quedaba contigo en el polideportivo ella tendría que irse a resolver lo que había venido a hacer en la ciudad. Y bueno nos despedimos. - Rodey volvió a sonrojarse y yo le pregunté, como movido por un resorte
- ¿Os besasteis?
- ... Bueno, la verdad es que sí -
No era el momento ni lo que debía preocuparme, pero una de calor recorrió mi cuerpo desde dentro: los celos. No tenía ningún derecho, yo la dejé en su piso cuando ella me pidió ayuda, pero aún así... No sabia que pensar.
- Tengo que buscarlos - Le dije.
- ¿A tus padres? No, no podemos. Estamos aquí encerrados "por nuestra propia seguridad". Cuando llegamos al refugio solo había una decena de personas, un puñado de polis y poco más. La doctora podía atenderte casi en exclusiva a ti, pero dos días después... -
- ¡Espera! ¿Dos días después? ¿Cuanto tiempo llevo dormido? - Interrumpí a Rodey sorprendido.
- ..Eh, pues cinco días contando el día de viaje. - Abrí los ojos fruto de la sorpresa. Lo cierto es que me encontraba débil por la falta de alimentación, pero a la vez totalmente recuperado de mis contusiones y de mis oídos. Pero para mi solo habían pasado unas horas en la inconsciencia.
- En fin, cuando llegaron los infectados a la ciudad, al segundo día de estar nosotros aquí, fuera se desató el caos, empezaron a sonar muchos disparos y a llegar mucha gente. Tuvimos que sacarte de la "enfermería" que la ampliaron como está ahora. Ayer llegaron los militares y el FBI, montaron aquella tiendo y ya nadie puede entrar o salir de aquí. - Concluyó Rodey. Miré en dirección a la salida. Efectivamente, la tienda de campaña de color verde oscuro custodiaba la puerta y a judgar por las familias que se amontonaban frente al militar de la puerta, y por los retazos de gritos que se escuchaban, muchas familias querían salir a buscar algún ser querido dejado atrás. Pronto salieron más militares de la tienda y comenzaron a empujar y aguantar a los desolados ciudadanos que pretendían salir.
- ¿Tienes el revolver? - le pregunté a Rodey volviendo la cabeza hacia él.
- Sí, pero... no tío, no. Es peligroso, aquellas cosas estás allá fuera. Cuando el gobierno acabe con la amenaza podremos salir, no tardaran muchos días más, a lo sumo tres, como nos aseguraron ayer. -
- Sí, pero dime una cosa, ¿que es lo que han dicho exactamente que hay fuera? -
- Pues.. una plaga, una plaga de gripe altamente peligrosa y riesgo de terremotos. -
- ¿Por que no han dicho que la gente se muere, se levanta y se comen vivos a los demás? ¿Crees de verdad que van a decir algo sincero, para provocar pánico y caos? Si mi familia está ahí fuera a merced de esos monstruos quiero saber si están vivos o no, y evidentemente, ellos no van a decirme nada. Estarán más preocupados de saber que carajo pasa y como les afectará economicamente como país...
- Ssssh baja la voz, si te oye alguien seras tu el que provoque más miedo entre esta gente. - Me reprochó Rodey. - Y puede que tengas toda la razón pero no puedes salir, por tu propio bien, y por que esa gente no va a dejarte. - En eso también estábamos de acuerdo, pero lo que Rodey no sabía es que yo conocía una manera de salir del recinto. Hace algunos años mis compañeros de equipo y yo nos colábamos en el polideportivo para aprovechar el terreno, incluso en ciertas ocasiones en las que este permanecía cerrado (algunas veces urante la noche). Para hacerlo, aprovechábamos una puerta de mantenimiento que nunca cerraba bien. Con un fuerte tirón podía abrirse, dentro, solo algunos utensilios de limpieza, pero existía un conducto de ventilación que terminaba en la fachada exterior por encima del cuarto. Para acceder a él entrábamos en el habitáculo, cerrábamos las puertas y quitábamos el falso techo para acceder al respiradero, muy amplio eso si. Teníamos que entrar desde el "cuarto de la limpieza" porque nos quedaba demasiado alta la salida del tubo en la fachada externa. Ya una vez recorridos unos metros del tubo, solo había que ascender por una de las múltiples salidas que daban al interior, bien a los vestuarios, bien a los propias pistas deportivas. De hecho en ese mimo momento solo tenía que mirar hacia la pared y ver las rejillas. Lo cierto es que ahora yo era algo más alto y ancho, ya no era un chaval de 15 años, pero cabría. Esperaría hasta el anochecer, cogería de nuevo una mochila con lo necesario, llegaría a la ventilación desde los vestuarios y saldría a buscar a mi familia. Lo cierto es que no podía meter en algo así a Rodey, era demasiado peligroso, pero me hubiese sentido mejor si él viniese.
- Tengo un par de cosas que hacer. ¿Qué cogiste de mi casa? - le pregunté a Rodey.

      Por suerte para mi, Rodey había traído varias cosas útiles, entre ellas las maletas con mis cosas de la universidad. Pude hacer una mochila con una botella de agua, un cuchillo, comida al menos para dos días (yo creía que sería más que suficiente), las llaves, el móvil, la cartera con 100 dólares, una muda de ropa y lo más importante, recién salidos de mis maletas de la universidad: unos tapones para los oídos que usaba cuando estudiaba. Me serían altamente útiles para los gritos de los zombies. Por otra part,e pude ducharme y cambiarme de ropa. En el bolsillo del pantalón tenía ese extraño frasco de pastillas. El caso es que era demasiado subrealista que unas pastillas hubiesen provocado todo aquello.. Por si acaso, lo guardé también en la mochila. Todo esto tuve que hacerlo casi a escondidas, porque sabía que Rodey me impediría salir, o peor aún, querría acompañarme. Esperé el resto del día, ni me acerqué a los médicos a pesar de que suponía que tenía que ir al meno dos veces al día durante al menos las próxima cuarenta y ocho horas. Por fin la noche hizo acto de presencia en el polideportivo. Media docena de pequeñas luces eléctricas se encendieron. Noté que eran lo suficientemente tenues como para que la luz no llegara a los altos ventanales y no se viera la iluminación desde fuera. El frió me provocó un escalofrío. Antes de irme tenía que coger el revolver de Rodey.
          
                Le dí las buenas noches con un gesto aproximadamente a las once de la noche,me tumbé y esperé una hora. Aún quedaban algunos grupitos hablando pero lejos de mi. Toda la gente de mi alrededor estaba durmiendo. Me puse de pie y miré hacia la puerta principal. Uno de los dos militares miró en mi dirección. Yo fingía que me dirigía a orinar al baño, donde previamente había dejado escondida la mochila. Pasé por delante de donde Rodey dormía (casualmente al lado de donde tenían sus "camas" un grupo de estudiantes, la mayoría chicas). Eché un vistazo rápido a sus pertenencias. Observé lo que parecía la pistola en el bolsillo de una de sus maletas. Me agaché y con un gesto rápido pero firme abrí el bolsillo, haciendo un ruido que me pareció excesivo. Estaba un poco nervioso y me parecía tener al soldado con la mirada clavada en la nuca. Saqué el revolver y tres balas calleron al colchón de Rodey. Al parecer él había cargado el arma con tres balas y las restantes las tenía en ese mismo bolsillo para terminar por la mañana. Las balas rodaron por el colchón y una de ellas llegó hasta su brazo. Aguanté la respiración unos segundos. Arrugó la nariz pero no se despertó. Cogí las otras dos balas y me puse de pie. Escondiendo la pistola, caminé con paso rápido hasta el vestuario. Cogí el pomo de la puerta desando desaparecer de la vista. Giré el pomo y empujé. "¡Mierda! ¡No!" pensé en mis adentros. La puerta estaba totalmente cerrada.